El hombre de mi vida
– Y un día le dije: Quimet, aquí estoy muy bien considerada y me gano la vida. Pero no puedo vivir sin Barcelona y sin mi Pepe, porque él sabe todo lo nuestro.
– En Andorra, ¿cómo podía cumplir el rito de San Esteban? No se puede dejar a la familia en la mesa e irse a Andorra.-Ya no celebran el día de San Esteban porque se murieron los suegros, que eran muy viejecitos, los hijos han formado nuevas familias y Quimet y su mujer no se pueden ver ni en el ascensor.
– ¿Se ha separado?
Charo necesitó toda la cabeza y mucho espacio para negar aquella posibilidad. No. El presidente Pujol le pidió, como un favor personal, que no diera ese escándalo político.
– Resumiendo, Pepe. He vuelto a Barcelona y Quimet me ha puesto un negocio.
– ¿Un estanco?
Ahora Charo no quería enfadarse y se dedicó a desacreditar los negocios relacionados con el tabaco. Cada vez se fumará menos. Quimet ha trabajado en un plan catalán antitabaco que va a superar al de los norteamericanos. Tiene un lema precioso: Som sis milions però cap fumador . Pasó por alto la mujer que Carvalho escogiera el momento para encender un puro Hoyo de Monterrey que sacó casi encendido del cajón y recuperó los andares mientras sacaba del bolso una tarjeta de visita.
– Me ha puesto una boutique de dietética alimentaria y cosmética biótica. Mis señas. No rompas la tarjeta. He pensado en ti. Te haces viejo. No tienes porvenir, ni dinero suficiente para vivir el poco porvenir que te queda. Quimet puede ayudarte. Ya lo hemos hablado.
Ahora Charo, impetuosa y volcada sobre la mesa, le metió la lengua en la boca, como orientándose o reconociendo los recuperados rincones de la cavidad, y en
sus ojos había promesas cuando se retiró de espaldas hasta la puerta.
– Pepe, aún podemos ser felices y solucionar los problemas, tener donde caernos muertos.
– ¿A ti te interesa dónde te vas a caer muerta?
– Me interesa el cómo y ahí interviene el pensar en el futuro.
– Pensar en la muerte no es precisamente pensar en el futuro.
– ¿Cómo vas a envejecer tú, Pepino? Yo me hice la misma pregunta ante el espejo de mi habitación del hotel de Andorra: ¿cómo vas a envejecer tú, Charo? Una cosa es morirte de frío por no tener ni un duro y otra cosa es además llevar el frío dentro por no tener ni un afecto, ni siquiera la propia estimación. ¿Quién te quiere a ti, Pepe? ¿Te guardas autoestima?
Autoestima. El lenguaje de Charo había mejorado. Autoestima. Siempre había hablado bonito pero popular, jamás se había atrevido a pronunciar en su presencia palabras como autoestima. Sería una palabra inculcada por el Quimet ese.
– ¿Quimet siente mucha autoestima?
– Se la merece. Se lo debe casi todo a sí mismo. Quimet es un hombre importante en Cataluña, de los que «hacen país», aunque casi nunca aparece en primer plano. Gracias a él pude tirar adelante y ahora vuelvo porque me ha ayudado a montar ese pequeño negocio y ya me siento segura de mí misma. ¿Puedes decir tú lo mismo de ti?
Charo pertenecía pues a dos sectas, la de la Teolo gía de la Alimentación y la de la Teología de la Segu ridad.
– ¿Qué relaciones tienes con la OTAN?
– ¿Qué tiene que ver la OTAN con los alimentos biológicos?
– Sólo puedes sentirte segura si tienes buena relación con la OTAN.
– No te entiendo. Me parece que te quieres quedar conmigo, pero comprendo que unos minutos no compensan siete años. Sólo quiero que te grabes una cosa en la cabeza: Quimet me ha ayudado y quiere ayudarte a ti.
No le dio tiempo a organizar un sarcasmo verbal, ni siquiera gestual. Charo, ligerísima, dejó una tarjeta de visita sobre la mesa, le dio la espalda y, desde la puerta, la espalda de la mujer le habló.
– Tendrás noticias mías.
Cuando Carvalho asumió que volvía a estar a solas, que tenía una tarjeta de Charo en la mano y una erección entre las piernas, de pronto el fax se puso en marcha.
Comprendo que no es responsable de lo que se dice de usted, pero no ignorará que lo han convertido en héroe social o antihéroe para más exactitud. Me sorprendió su sorpresa, pero usted debe estar acostumbrado a que le paren por la calle y le pidan un autógrafo. No me atreví a pedírselo yo y le envié a mi hijo mayor para que lo hiciera. Yo estaba muy cerca para decirle: Mira, es aquel señor, y comprendí que a usted no le gustaba la demanda, por el gesto y por la dedicatoria, en la que no decía casi nada, pero la acompañaba con una firma desmesurada. «Para complacer al cliente…», escribió. Definición. CLIENTE: respecto del que ejerce alguna profesión, persona que utiliza sus servicios. Respecto de un comerciante,comprador habitual. Me consta que no le hacen falta las definiciones, eso lo hace más lamentable, es de suponer que usted sabe lo que dice. Pues sí, estoy ofendida, el término me parece incorrecto, un cliente devuelve el género cuando no le satisface y yo, sin embargo, guardo con cariño su autógrafo, porque en cierta ocasión descubrí que Pepe Carvalho era un ser humano, que puede equivocarse y que por eso tiene, quizá, más mérito todo cuanto hace bien, muy bien, «divinamente». Y lo comprendí a pesar de que la experiencia, lejana, que compartimos, no me pareció demasiado humana, por su parte, ¿o la falta de humanidad o de madurez debo atribuírmela yo sola?
No siempre soy yo la que está pendiente de lo que usted hace. Todos a mi alrededor, mi marido y mis dos hijos son mi alrededor fundamental, conocen la afición que le tengo, por ello frecuentemente me tienen al corriente de lo que se dice de usted, personaje del que muchos hablan y pocos conocen. Para que vea que soy generosa, le diré que no sólo estoy ofendida por mí, también lo estoy por usted. No creo, en absoluto, que sea un «comerciante» (el comerciante compra para vender, El Corte Inglés, por ejemplo), ni que ser un detective privado sea una «profesión» o al menos una profesión solvente. Bueno, ya veo que he empezado a bajar la guardia, se deberá, seguro, a la «afición desordenada» que le tengo. De cualquier modo, ahora cada vez que contemplo el autógrafo y veo el tamaño de su firma me entristezco. Conmover no, conmoción sí; cuanto usted me sugiere es siempre así de exagerado.
Pienso que debo aclararle que he perseguido su dirección (electrónica, telefónica, postal…) por todas partes, por lo que cabe dentro de lo posible que, desde algún medio, le den cuenta de ello. Y todo para descubrir que usted está donde estaba cuando le conocí. No sé por qué me extrañó que usted no contase con e-mail (en la búsqueda no se libró ni Internet); en realidad, dadas sus circunstancias, era más fácil pensar que su medio de comunicación estaría más cerca del tam-tam, por lo que tiene de mágico, arcano. En fin es obvio que yo le adoro. No tiene más remedio que cargar con esa responsabilidad, le ha tocado.
MORGANA (la Bruja)
Nada más acabar la lectura no reprimió la tentación de los ojos de indagar el fax emisor, unas siglas, «SP Asociados» y un número de telefax que a Carvalho no le interesaba retener. No quería contestar. No quería intrigarse por la personalidad de la corresponsal de sí misma, ni preocuparse por la supuesta «… experiencia, lejana, que compartimos»: La Morgana legendaria de la leyenda artúrica no había sido propiamente una bruja, era una hada sin cursilerías o quizá una hada y una bruja sean el blanco y el negro de la misma transgresión. Se imaginó a la bruja vieja y gorda, cúbica, una casada frustrada y letraherida en busca de héroes de papel ya que no podía obtenerlos de carne y hueso. Al fin y al cabo la prensa había hablado alguna vez de sus investigaciones, pero entre Carvalho y Julio Iglesias habitaban millones de héroes de papel que se merecían que una vaca fofa y neurótica les enviara un fax. Se sorprendió de no querer romper el mensaje. También de meterlo en el cajón que podía cerrar con llave, como protegiéndolo de miradas indiscretas, que no podían ser otras que las de Biscuter. No quería recordar todas las experiencias compartidas con mujeres y sólo las más dotadas para la fabulación y la sintaxis podían hacerse responsables de la carta.