Una muerte inmortal
– No me lo pregunte. -Feeney desechó la idea-. ¿Qué necesita?
– Una investigación de su cuenta de crédito. El pri?mer sitio que recuerda es el ZigZag. Si podemos locali?zarla allí, o en alguno de los otros locales a la hora en que se produjo la muerte, ella es inocente.
– De eso puedo encargarme, pero… Alguien estuvo rondando la escena del crimen y le dio un mamporro a Mavis en la cabeza. Es posible que no haya mucho des?fase.
– Lo sé. No puedo dejar ningún cabo suelto. Seguiré la pista de las personas que Mavis reconoció en la fiesta de la víctima, conseguiré declaraciones. He de localizar a un bailarín con una polla enorme y un tatuaje.
– Para que luego digan que este oficio no es divertido.
Ella casi sonrió.
– Necesito encontrar gente que pueda testificar que ella estaba destrozada. Incluso con una dosis de Sober Up, Mavis no pudo serenarse lo suficiente para haber eliminado a Pandora si no paró de beber camino del cen?tro de la ciudad.
– Ella asegura que Pandora se había metido algo.
– Otra cosa que he de comprobar. Luego está Leo?nardo, el escurridizo. ¿Dónde coño estaba? ¿Y dónde está ahora?
Capitulo Cinco
Leonardo estaba estirado cuan largo era en el piso del salón de Mavis, donde había caído horas antes presa de un estupor etílico provocado por una botella de whisky sintético y un cargamento de autocompasión.
Estaba empezando a despertar y temía haber perdi?do media cara en algún momento de aquella noche des?dichada. Cuando levantó una cautelosa mano para com?probarlo, sintió alivio al encontrarse la cara entera en su sitio de siempre, si bien algo entumecida de haber estado contra el suelo.
No recordaba mucho. Ésa era una de las razones de que nunca abusara del alcohol. Era proclive a amnesias y espacios-en blanco siempre que empinaba el codo más de lo debido.
Creía recordar que entró trastabillando en el edificio de Mavis, usando la llave de código que ella le había dado cuando comprendieron que no sólo eran amantes sino que se habían enamorado.
Pero Mavis no estaba. Casi podía asegurarlo. Tenía una vaga imagen de sí mismo dando tumbos por la ciudad y echando tragos de la botella que había com?prado: ¿o robado? Mierda. Intentó incorporarse y des?pegar los ojos. Lo único que sabía con certeza era que llevaba la maldita botella en la mano y el whisky en las tripas.
Debía de haberse desmayado, cosa que le repugna?ba. ¿Cómo podía esperar que Mavis lo comprendiera si se presentaba tambaleante en su apartamento, borracho como una cuba?
Era una suerte que ella no hubiera estado allí.
Ahora, por supuesto, tenía una resaca de órdago que le hizo ovillarse y llorar de pena. Pero Mavis podía vol?ver, y él no quería que le viera en un estado tan lamenta?ble. Consiguió ponerse en pie, buscó unos analgésicos y programó el AutoChef de Mavis para hacerse un café, fuerte y solo.
Entonces reparó en la sangre.
Estaba seca y le corría por el brazo hasta la mano. Tenía una herida en el antebrazo, larga y profunda que había formado costra. Sangre, pensó otra vez nervioso, al ver que le manchaba la camisa y el pantalón.
Respirando con dificultad, se apartó del mostrador y se contempló a sí mismo. ¿Había estado en una pelea?, ¿había hecho daño a alguien?
Las nauseas le subieron por la garganta mientras su mente saltaba enormes vacíos y recuerdos confusos.
Dios del cielo, ¿es que había matado a alguien?
Eve estaba mirando taciturna el informe preliminar del forense cuando oyó un golpe a la puerta de su despa?cho. Antes de que se diera cuenta, la puerta ya se había abierto.
– ¿Teniente Dallas? -El hombre tenía aspecto de cowboy tostado por el sol, desde su sonrisa de gilipollas hasta sus botas de gastados tacones-. Caracoles, es una suerte ver al personaje de leyenda en carne y hueso. He visto su foto, pero es más guapa al natural.
– Me anonada usted. -Eve se retrepó en la silla, entrecerrando los ojos. Él sí era realmente guapo, con su pelo rizado color de trigo en torno a una cara curtida que se arrugaba atractivamente junto a los ojos color verde botella. Una nariz recta y larga, el guiño de un ma?licioso hoyuelo en la comisura de una boca sonriente. Y un cuerpo que, en fin, parecía que podía montar muy bien a caballo o lo que hiciera falta-. ¿Quién demonios es usted?
– Casto, Jake T. -Extrajo una placa del ajustado bol?sillo delantero de sus Levi's descoloridos-. Ilegales. Me be enterado de que me estaba buscando.
Eve examinó la placa.
– ¿De veras? ¿Y sabe por qué podría estar buscándo?le, teniente Casto, Jake T.?
– Por nuestro soplón mutuo. -Acabó de entrar en el despacho y posó una cadera contra la mesa de Eve en actitud de colega. Ella captó el agradable aroma de su piel-. Qué mala suerte lo del pobre Boomer. El muy desgraciado era inofensivo.
– Si usted sabía que Boomer era mío, ¿cómo ha tar?dado tanto en venir a verme?
– He estado ocupado en otro asunto. Y, a decir ver?dad, no pensaba que hubiera gran cosa que decir o hacer. Entonces supe que Feeney estaba husmeando. -Sus ojos sonrieron otra vez, ahora con un deje de sarcasmo-. Feeney también es bastante suyo, ¿no?
– Feeney es de Feeney. ¿En qué tenía trabajando a Boomer?
– Lo normal. -Casto cogió de la mesa un huevo de amatista, admiró sus inclusiones y lo cambió de mano-. Información sobre ilegales. Cosas de poco calibre. Boomer quería pensar que era muy importante, pero siempre se trataba de elementos dispersos.
– A base de elementos dispersos se puede conseguir mucho.
– Por eso usaba yo a Boomer, querida. Era muy fiable para practicar algún que otro arresto. Cacé a un par de traficantes de mediano nivel gracias a sus datos. -Otra vez la sonrisa-. Alguien tiene que hacerlo.
– Sí… ¿Y quién le hizo papilla, entonces?
La sonrisa se desvaneció. Casto dejó el huevo en la mesa y meneó la cabeza.
– No tengo ni la menor idea. Boomer no era un tipo encantador, pero no sé que nadie le odiara tanto como para hacerle esa faena.
Eve lo estudió. Parecía serio y su voz al hablar de Boomer había dejado traslucir algo que le recordó su propio y prudente afecto. Con todo, ella prefirió no sol?tar prenda,
– ¿Trabajaba Boomer en algo en particular?, ¿algo diferente?, ¿grande?
Casto levantó una ceja color de arena.
– ¿Por ejemplo?
– No estoy ducha en ilegales.
– Que yo supiese no. La última vez que hablé con él, qué sé yo, unas dos semanas antes de que lo echaran al río, dijo algo sobre un asunto inaudito. Usted ya sabe de qué manera hablaba.
– Sí, sé cómo hablaba. -Era el momento de soltar una de las cartas-. También sé que encontré una sus?tancia sin identificar oculta en su apartamento. La están analizando en el laboratorio. Hasta ahora sólo han po?dido decirme que es una mezcla nueva y más potente que cualquiera de las que pueden encontrarse en la calle.
– Una mezcla nueva. -La frente de Casto se frunció-. ¿Por qué diablos no me lo dijo a mí? Si es que trataba de jugar a dos bandas… -Casto silbó entre dientes-. ¿Cree usted que se lo cargaron por esto?
– No tengo otra teoría mejor.
– Ya. Vaya mierda. Seguramente intentó extorsionar al fabricante o al distribuidor. Oiga, hablaré con los del laboratorio y veré si en la calle hay rumores sobre sus?tancias nuevas.
– Se lo agradezco.
– Será un placer trabajar con usted. -Cambió de pos?tura, dejó que su mirada recorriese la boca de ella duran?te un segundo, con una suerte de talento que acertó en la diana del halago-. A lo mejor le gustaría hacer una pausa para comer y hablar de la estrategia. O de lo que se tercie.
– No, gracias.
– ¿Porque no tiene apetito o porque está a punto de casarse?
– Las dos cosas.
– De acuerdo. -Se puso en pie y ella, siendo humana, no pudo por menos de apreciar el modo en que el panta?lón se ceñía en torno a sus larguiruchas piernas-. Si cambia de opinión ya sabe dónde encontrarme. Seguiremos en contacto. -Se contoneó hacia la puerta y se dio la vuelta-. Sabe una cosa, Eve, tiene los ojos como el buen whisky añejo. Eso provoca en un hombre una sed considerable.