La F?rmula Omega
Capítulo 20 Le dernier metro
Cogió al quinto timbrazo.
– Torrecilla al aparato.
– Aquí Carmen.
El comisario miró el despertador. Las seis de la mañana.
– Mujer muerta, entre treinta y cuarenta, en el metro de Cuatro Caminos…
– Mándame ahora mismo un coche.
– Ya lo he hecho, jefe.
Torrecilla se echó agua en la cara, se peinó con los dedos y se puso el traje gris marengo.
Traspasó el arma de debajo de la almohada al bolsillo de la americana.
Al salir oyó la persiana metálica de la panadería. En Santa Teresa, sobre una mesa plegable, una mujer vendía bocadillos de atún con tomate y litronas que mantenía en un cubo con hielo. Por Fernando VI, sin cordones de los zapatos, con ojos vidriosos y el pelo acartonado, las criaturas de la noche tiritaban esperando taxis.
El frío del amanecer le confirmó que había hecho bien dejándose el sky-jama puesto por debajo del traje.
Atravesó Santa Engracia en el catorce-treinta trucado del Parque Móvil.
La inspectora Carmen Menéndez le esperaba en la boca
– ¿Ha llegado? -preguntó Torrecilla. -Está abajo…
– ¿Qué dice?
– Falsa alarma, jefe. Siento haberle sacado de la cama.
– No importa, Menéndez, soy un profesional.
En el túnel, de rodillas, Antonio Álvarez-Barthe examinaba el cuerpo con una cinta métrica y grababa sus primeras impresiones en una cásete portátil con micrófono incorporado.
– Pierna derecha setenta centímetros, pierna izquierda… setenta y cinco centímetros…, observo pantis sintéticos…, distingo tirita talón…, posible rozadura zapato. Examino pie derecho. Rozadura confirmada. Hipótesis preliminar: zapatos aprietan…, localizo calzado desprendido…, aquí están: ¡nuevos, como me temía!…f tacón derecho partido… -el forense apretó el stop al reconocer al comisario -. Lo siento, Torre, pero ésta se ha caído.
– ¿Estás seguro?
– Uno, no hay suficiente ángulo. Dos, era coja perdida. Tres, no hay señales de violencia. Cuatro, le apretaban los zapatos…, en definitiva, puedes volver a dormir.
– Ya que estoy, llevaré a cabo una inspección visual.
Yogures, gel de baño, pan Bimbo, una lata de aceite de oliva y un cartón de Bucaneros alrededor del cuerpo destrozado por las ruedas del tren.
– Aquí está su carnet -anunció la inspectora, que revisaba el bolso con guantes de plástico-. Se llama Ana Martín Cornejo…
Torrecilla soltó un juramento.
– Lo siento mucho, Barthe, pero te equivocas. La han ase-
– ¿Estás seguro?
– Completamente. Es otra de ellas…, ¡y van seis!
Para proteger a los exiliados, la policía española conocía las identidades falsas que ostentaban las superestrellas venezolandesas, y Torrecilla recordaba el nombre: la interfecta no era otra que la ci-devant Ernestina Soletilla, Baronesa del Parte Meteorológico.