El hombre de mi vida
– ¿Qué relación tiene la Padania con el proyecto Región Plus?
– La política genera extraños compañeros de cama. De hecho la Padania, el movimiento de Bossi, no es estrictamente nacionalista, sino economicista, y por lo tanto lo de Región Plus no les molesta. En cambio para el nacionalismo catalán o vasco puede ser una catástrofe.
De proseguir la conversación el profesor se lo habría contado todo y a Carvalho empezaba a divertirle la idea de retornar al ABC del oficio y con las manos vacías, a cara descubierta. Se fue a Lluquet i Rovelló y esta vez estaba la viuda de buen ver que acogió a Carvalho con íntima satisfacción cuando le oyó decir: De bon matí quan els estels es ponen y a continuación que era imprescindible encontrar al señor Xibert, antes de que se fuera a Italia. La viuda se lamentó de que el viaje a Italia creara tantos problemas, porque todo iría a un ritmo de vértigo y llegar hasta Grinzane Cavour a tiempo no era cosa fácil.
– Pero aún quedan días, señora… No me ha dicho cómo se llama.
– Madrona, Madrona Campalans. Sí quedan días. Imagínese, hasta comienzos de diciembre.
Le invitó a entrar en un saloncito contiguo y al poco rato se presentó con una capucha.
– Oi que es posarà la caputxeta? Oi que será un bon minyó? .
Le encantaba ponerse la capucha y que el abundante pero todavía torneado brazo de la viuda fuera su conductor, con el valor añadido de que el antebrazo de Carvalho percibía el contorno exterior de uno de sus pechos contenido por un sostén enérgico. Cuando le quitó la capucha estaba en la habitación del encuentro anterior y el hombre del chándal le examinaba con estudiada agudeza.
– ¿Y bien?
– Quisiera que habláramos de su próximo viaje a Italia para la reunión de las Naciones sin Estado.
– ¿Cómo sabe usted que me voy a Italia y para eso?
Carvalho estaba asombrado.
– ¿Acaso es un secreto la reunión en la Padania?
Estaba colérico Xibert y empezó a dar los paseos permitidos por el reducido perímetro del zulo. De su boca salían toda clase de improperios. ¿Quién incumple las normas de seguridad? Esto jamás será un Estado, no hay sentido de Estado, Carvalho, no lo hay. Carvalho estaba de acuerdo, no, no había sentido de Estado, pero quizá reuniones como la de Grinzane Cavour sirvieran para ir adquiriéndolo poco a poco. Ahora Xibert estaba muy triste, diríase que herido.
– ¿Sabe qué pienso, Carvalho? A veces pienso que el único que se toma estas cosas en serio soy yo. Después de la muerte de Franco la política se ha llenado de advenedizos que no saben lo que es pasar ni una hora detenido ni haber recibido una hostia de la policía. Dentro del nacionalismo nos pasa lo mismo. Se han apuntado a esto porque hemos ganado en Cataluña y Euzkadi, pero si un día perdemos, adiós, Cataluña, adiós.
– Pero tal vez la reunión sirva para mucho. Una red de servicios de información de países sin Estado, por ejemplo.
Xibert le miró valorativamente.
– Usted tiene un cerebro deductivo e inductivo, Carvalho. De eso se trata.
¡Estoy tan feliz…!
Dice el farmacéutico que mi conjuntivitis es producto de un exceso de luz, lo ha dicho serio y circunspecto mientras yo disimulaba a duras penas el acceso de risa, resulta curioso que mi «deslumbramiento» pueda curarse con un colirio, estoy en ello.
Presiento, mejor dicho: barrunto problemas, ahora además de ser un mito sin fisuras te has revelado como un hombre cálido, asequible, entrañable, inquietante, turbador, singular, imprevisible. Al peso que supone la constante tiranía del mito (los dioses nunca se sienten saciados en cuanto a sacrificios y ofrendas) debo añadir el yugo, la opresión de un hombre tan interesante, tan atractivo.
Una última cosa, en cualquier momento que quieras llamar, hazlo pensando en ti, no soy una ingrata insensible a las muestras de interés por mi bienestar emocional, aprecio realmente tu buena disposición, pero de ahora en adelante si hemos de mantener algún tipo de relación deberá ser desde el equilibrio de un interés mutuo, aunque no tiene por qué ser de la misma naturaleza, claro.
Estoy feliz, feliz, feliz. Pon la música que quieras, me siento así de generosa. De todos los infortunios que afectan a la humanidad, el más amargo es que hemos de tener concienciade mucho y control de nada. La conciencia no nos impide cometer pecados, pero desgraciadamente sí disfrutar de ellos.
Una sola palabra pronunciada en aquella noche serena, me colocó entre mi pasado y mi futuro, cual embarcación entre la profundidad de los mares y las cimas del espacio. Yes, sí soy Yes y el secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere sino querer siempre lo que se hace.
Probablemente lo más inesperado fueron tus manos. Recordar tus manos. Es curioso que sean las mismas manos que tenías de niño, porque siguen pareciendo manos de niño, en las que he percibido los estragos de los dientes en las uñas y constatado, al despedirnos, el tacto cálido y tierno; las mismas manos con las que te trazas siluetas de asesinos o ladrones antes de descubrirlos; las mismas manos con las que ensayas cocimientos aderezados con hongos, ¿Merlín?; unas manos disciplinadas que en ningún momento trascendieron el espacio diagonal, sesgado, oblicuo, diametralmente opuesto en el que se ubicó. Todo el galimatías intrincado de tu chocante personalidad se atisba en la contemplación de tus manos y no me había dado cuenta entonces, cuando yo era Yes, la hija guapa, ¿ o sólo estaba buena?, del oligarca Stuart-Pedrell.
Tu naturaleza es el resultado de un suma y sigue; no parece haber dejado nada atrás, no es la habitual evolución del que deja de ser algo para pasar a ser otra cosa. Tengo la impresión de que no renuncias al pasado, no te resistes al presente, y que estás expectante ante cualquier porvenir.
Asumes la Historia, la haces, y además la acechas.
Me encanta tu modo de preguntar, lo haces del modo más llano, las preguntas -un montón- que no hiciste, las obviaste con una elipse perfecta, de tal modo que me consta qué fue lo que quisiste saber y qué no. Es que eres un detective. Un detective perturbador.Dicen que uno de los mayores placeres que hay en la vida es el de ponerse límites a uno mismo. Después de reflexionar un poco -muy poco- sobre ello he llegado a la sabia conclusión de que si ha de haber coto, o cualquier otro tipo de frontera, en mi comunicación contigo, no seré yo quien me la imponga.
Así pues, donde dije digo digo Diego; hubiera querido que me llamase usted esta semana pasada, pero ya que no fui tan afortunada no voy a añadir a mis males la desazón que me produce inhibirme de escribirte/llamarte yo.
Cuando se sentía tantas veces deprimido a lo largo del día trataba de saber por qué y siempre encontraba el motivo de fondo o el inmediato que había provocado la caída del ánimo. Ahora estaba deprimido porque tenía campanas de fiesta en el corazón y deseaba constantemente que el fax se pusiera en marcha, era una manera de hilvanar la relación. El rostro de Yes trataba de imponerse a su alrededor, como si desde una fuerza parasicológica consiguiera estar en la esquina del despacho, en el papel que acercaba a sus ojos, al borde de la bandeja en la que Biscuter le había servido un gazpacho de fresas.
– De fresas, sí, jefe. La receta de la Ruscalleda, esa chica de Sant Pol que cocina tan bien, y yo me he hecho ya un pan con tomate pero con fresa en lugar de tomate, su sal, su aceite, como siempre.
Yes estaba en aquella fresa con la que Biscuter trataba de untar una rebanada de pan y Carvalho reprimió el gesto de impedírselo, como si temiera que la misma Yes fuera la frotada. Y esa relación de dependencia le sublevaba, dependencia hasta en el pensar, porque lo hacía para que ella leyera sus pensamientos y a veces se encontraba hablando a solas para que Yes le escuchara. Pero no quería llamarla para no entregarse demasiado y le dolía que tantas veces como evocaba a Yes construía la ausencia de Charo de la que tenía tres llamadas de atención, la última en nombre de Quimet: Te están esperando. No hay manera de que consigan hablar contigo. También un reclamo de Margalida. Se limitaba a decirle: ¡Satán!, y le daba un número de teléfono móvil. Asociaba a la muchacha con los últimos baños del verano y la imaginaba volviendo a salir de las aguas nada más insinuarse los primeros calores y pudieran recuperar la patria del mar. Se agotaban los días de octubre, pero no se daba cuenta del paso del tiempo, ni siquiera de las estaciones, a las que era más sensible en los últimos años, como si las contara una a una, a medida que se le gastaba la esperanza de vida. Como si todo se hubiera vuelto plano a su alrededor y sólo alcanzara carácter tridimensional el túnel por el que le llegaría la llamada de Yes y por el que iría a su encuentro. Margalida le citó en el café Velódromo de la calle Muntaner, uno de los únicos bares por los que no había pasado la piqueta de la desmemoria y en el que aún se conservaban billares y camareros de toda una vida o al menos de toda una nostalgia. Llegó vestida de motorista con el casco en la mano y la cabellera pelirroja ahora compacta y agrupada sobre uno de sus pechos.