El hombre de mi vida
– Ven conmigo, si no te importa ir de paquete en una moto.
– No hago otra cosa últimamente.
Bajaron calle Muntaner abajo y Margalida condujo la moto hasta la plaza de la Garduña, luego se pusieron a caminar para llegar al jardín del antiguo hospital dela Santa Cruz y se sentó en un banco esperando que Carvalho la secundara en todo momento. Una vez sentados, ella abarcó con una mirada todo su campo visual de instalaciones góticas y jardines con ancianos e inmigrantes multirraciales en paro. Pareció relajarse.
– No te confíes. Pueden estar observándonos y escuchándonos mediante un telescopio.
– He tomado mis precauciones y mi móvil no está interferido. No tenemos mucho tiempo. No me has comentado lo que ocurrió durante la verbena este verano.
– Intimé con el señor Pérez i Ruidoms.
– De eso se trata. ¿Qué piensas de su hijo?
– Nada. Que es inocente, como una buena parte de la humanidad.
– Mucho más inocente de lo que puedes creer.
Volvía a notar un interés no esperable en la muchacha por el hijo de Pérez i Ruidoms.
– Albert y yo somos amigos desde que éramos niños. Estudiamos en los mismos colegios hasta llegar a la universidad y podía decirse que había algo entre nosotros hasta que a él le entró la chaladura de las sectas y de probarlo todo, absolutamente todo. Era una víctima de su padre, como también lo era Alexandre Mata i Delapeu, y va a seguir siendo una víctima de su padre como no hagamos algo.
– ¿Qué me toca hacer a mí?
– Hablar con él. Su padre lo tiene secuestrado y le está programando el futuro, pero hay que salvarle de ese futuro.
¿Por cuenta de qué o de quién actuaba Margalida? Parecía una mujer excesivamente enamorada empeñada en salvar a alguien que probablemente no quería salvarse.
– Te interesa hablar con él no sólo para hacerle un favor, sino para hacerte un favor a ti mismo. No sé si te das cuenta de dónde te has metido. ¿Te has preguntado por qué te han metido en esto?
– Se mezclan una serie de factores. Algunos espontáneos, digamos que positivos, y otros muy calculados. Lo que me interesa saber es dónde empieza el cálculo y para qué.
– No olvides lo que te digo, todo pasa por el tiburón Pérez i Ruidoms.
Ella mantenía los ojos muy abiertos, como si fuera el gesto más adecuado para transmitir sinceridad.
– ¿Te has metido en esto por ese chico, por Albert?
– Sí.
– ¿Y has conseguido engañar a todo el mundo?
– No. Algún día te lo contaré, pero necesito estar más segura de ti. Si no te opones, te facilitaré el encuentro con Albert, pero no te garantizo cuándo. Está muy vigilado. No te sorprenda si pasan varias semanas. Ahora mismo ni siquiera sé dónde lo tienen.
No fue un fax, sino la voz en directo de Yes la que se metió como una sustancia propicia, adaptada a la soledad de su oído y era una cita lo que le proponía, en un bar, El Zigurat, adonde fue Carvalho con la esperanza de superar la situación de bustos parlantes y salir a la calle, a pasear, a sentir el cuerpo total de Yes a su lado, habitantes por fin de un espacio propicio, sólo para ellos, sólo por ellos delimitado por la simple operación de caminar juntos. Pero Yes se mantuvo tras la mesa, desplegando su seducción pasiva y hablando constantemente de su marido, de Mauricio, al que se refería como si fuera familiar para ambos, como si no advirtiera que para Carvalho era como meter a un intruso en un ámbito sólo para dos o al contrario, como si lo hiciera ex profeso, al igual que esas muchachas que se protegen los pechos con libros sobre los que han cruzado los brazos. Y junto al prodigioso Mauricio, comprensivo, sagaz, lugarteniente inseparable de la viuda Stuart-Pedrell que confiaba en él mucho más que en su hija, los dos muchachos absolutamente superdotados para la belleza, los estudios y el amor filial. En nada se parecían pues a la propia Yes cuando Carvalho la conoció, flotante, desintegrada, invertebrada, puerilmente drogadicta, trazando rayas de coca hasta sobre los espejos manuales del lujoso lavabo de porcelana inglesa de la mansión de los Stuart-Pedrell. ¿Comprendes cuan perfecto es el mundo que me rodea? ¿Puedes pensar que yo voy a desarmonizarlo o que tú tienes el derecho a hacerlo? ¿Eran falsas preguntas o eran preguntas reales que esperaban una decisión de Carvalho? Muy perfecto no será cuando has necesitado recuperarme y decirme que soy el hombre de tu vida.
Tras la cita de El Zigurat cambió Yes el escenario por el Hemiciclo, otro bar para bustos parlantes, aunque en éste, si llegaban a tiempo, se sentaban de lado y Carvalho podía valorar el perfil hermoso y sedimentado de Yes, la ligereza de sus formas rotundas y su gesticulación de actriz sabia en el control de su propio sistema de señales, ni una imperfecta, la mujer diez, la hubieran calificado años atrás, cuando aún quedaba en el mundo algo de optimismo histórico y biológico.
– Un día podríamos ir al cine, juntos.
Veinte años después de haber hecho el amor en la cama de Carvalho ir al cine juntos era casi una transgresión, incluso Carvalho consiguió precisar la imagen que rechazaba, aquella en que estuvo a punto de encular a Yes y no lo hizo por lo que tenía de simple afirmación de prepotencia y de humillación social, dar por culo a una señorita de casa bien. Sólo recordarlo le hacía daño en algún lugar del cuerpo, donde habita el sentimiento de culpa, aunque no podía evitar que cuando Yes caminaba ante él le miraba el culo por si le recordaba aquel luminoso objeto de su deseo. Cuando se separaban, Carvalho se prometía a sí mismo cortar la relación, pero su capacidad de distancia se limitabaa esperar que ella tomara la iniciativa y era agónico el tiempo que Yes tardaba en convocarle, siempre justificado por el trabajo o por actividades sociales o familiares cuya simple mención molestaban a Carvalho y le mortificaban cuando se convertían en completa descripción de una dimensión de vida que le negaba, que no le pertenecía. Mientras ella era capaz de proseguir su vida fundamental, alimentada con la ligera transgresión de recuperar su mito de juventud, a Carvalho le resultaba imposible concentrarse en su vida cotidiana. Tenía descuidada a Delmira, la viuda de su hijo, a Charo la rehuía, apenas estaba al día sobre los avances de Biscuter en su intrusión en el mundo de las sectas, aunque veía aumentar la bibliografía sobre la que se inclinaba aquella cabecita maltratada por el fórceps: El fenómeno de las sectas fundamentalistas, Nuevo diccionario de sectas y satanismo, Las sectas entre nosotros, Magie et sorcellerie en Europe, Atles deis càtars, Las sectas destructivas, El veritable rostre deis cátars, Els templers catalans, Guía de los cátaros, El legado secreto de los Cátaros, Diccionario de las religiones y varios libros del principal experto local, solvente a pesar de tolerar que le llamaran Pepe Rodríguez. Biscuter estaba fascinado, especialmente, le decía, por el potencial positivo del satanismo.
– Para los cátaros Satán no es en sí mismo positivo, pero a mí me interesa, jefe. Si el mundo creado por el Dios oficial es tan lamentable, ¿por qué no suponer en Satán a un rebelde necesario?
Carvalho le prometió que un día hablarían de todo ello, pero ese día no llegaba, como no llegaba el de hablar con Quimet para recoger los frutos de su cursillo terminado cum laude tras la presentación de un juzgado espléndido trabajo de investigación de campo sobre el movimiento de las Naciones sin Estado. Esperaba la convocatoria para pasar al curso superior, donde se recibía instrucción sobre armamento y técnicas de ataque y defensa, a cargo del coronel Migueloa, un vascofrancés ex miembro de la OAS, residente en Barcelona porque tenía una hija casada con un filólogo suizo especialista en el uso del salar en el habla de ampurdaneses y mallorquines. Pero esos cursos serían muy restringidos y en lugares muy seguros, habida cuenta de que debían permanecer al margen de los circuitos habituales de seguridad para que no los detectaran los del CESID o la policía autonómica. La añoranza de Yes le rompía el tiempo y le convertía la distancia en una sustancia repugnante que le producía el malestar de estar donde estuviera si no estaba ella. Y por eso la imaginaba presente en cuanto hacía y se descubría a sí mismo dialogante con Yes sobre todo cuanto le afectaba, desde la compra de media docena de calcetines hasta la elección de morro de bacalao en la Boqueria o la adquisición de un molde para frituras a la japonesa, consistente en un tubo ancho de lata, de una altura de unos veinte centímetros, a introducir en el aceite hirviendo y meter por el orificio de arriba la masa que deseaba freír homogéneamente. Lo encargó en una hojalatería tradicional de los traseros de la Boqueria, frente al restaurante Turia, en el que solía comer buena cocina de mercado a un precio de prejubilado dispuesto a gastarse lo poco que le quedaba. Carvalho había descubierto otro restaurante interesante en la plaza Real un día en que trató de recuperar la tienda del taxidermista y vio que dentro ya no había aves disecadas sino tartaleta de sardinas, terrina de foie-gras con membrillo reducido al Pedro Ximénez, arroz con almejas, brick de verduras. El restaurante se llamaba El Taxidermista y lo llevaba una mujer que parecía una muchacha asombrada de que la plaza Real fuera como un ensayo general de purgatorio de la globalización y su madre, Nieves de nombre, que silabeaba como si acabara de salir del Madrid de 1936, capital de la Gloria, republicana de toda la vida y toda la posguerra y toda la Transición, según le confesó tras hacerle especialmente un arròs amb fesols i naps . Tal vez algún día llevaría a Yes a El Taxidermista.