El hombre de mi vida
– Porque tú y yo somos amantes, ¿no es cierto? Es como si fuéramos amantes.
– Nos ocultamos como si fuéramos amantes.
Supongo que no le contarás a tu marido que nos seguimos viendo.
– Podría contárselo perfectamente.
Dijo ella tajante, como si el asunto no mereciera más consideración. Pero Carvalho estaba irritado de tanto marido perfecto, inteligente, comprensivo y tanto hijo prodigio, como si fueran tres intrusos en un reino afortunado que sólo debería pertenecer a Yes y a él.
– Pero no se lo has contado.
– Digamos que no he querido crear «alarma social».
Y se echó a reír, cada vez con más ganas hasta aproximar su cabeza a Carvalho y rozar con su frente uno de sus hombros. Carvalho salió por un momento de la situación de amigos y residentes en Barcelona que juegan a ser amantes platónicos y se sintió ridículo. Veinte años atrás se habían ido a la cama y probablemente ella y, desde luego él, tenían ganas de volverse a ir a la cama.
– No. No somos amantes. Los amantes no tienen límites. No se parapetan detrás de mesas de café, no hablan de maridos o de esposas o de hijos o de padres porque construyen un mundo sólo para ellos, dure lo que dure, cinco minutos, una hora, toda una vida. Los amantes tienen otras lenguas aparte de la de kilómetros y kilómetros de papel de fax. Si te besara ahora mismo te morirías. Te desmayarías.
– Pruébalo.
Dijo ella y le ofreció la cara desafiante. Carvalho le cogió la cabeza por la nuca y la acercó leyendo la progresiva alarma de sus ojos hasta que se cerraron cuando notó el ariete de la lengua de él abriéndole los labios y buscándole los rincones más secretos de la boca. Cuando se separaron ella tenía los ojos cerrados y suspiró profundamente. Luego se recostó y le miró desde una distancia agrandada por una fingida sorpresa.
– Me has besado.
– Lo recuerdo.
– Es decir, ya somos amantes.
– Muy superficialmente.
– ¿Quieres decir que necesitamos acostarnos para ser amantes?
– Por ejemplo.
– Pero yo no puedo asumir una sexualidad doble. Yo no puedo irme a la cama contigo y por la noche irme a la cama con Mauricio.
– Lo entiendo perfectamente. Estamos en una etapa de involución sexual. Hace veinte años lo que acabas de decir te hubiera parecido una estupidez.
Ella ahora se había volcado sobre él y le ponía una mano sobre el brazo.
– En cambio, estoy dispuesta a irme contigo. Para siempre. No lo olvides, eres el hombre de mi vida.
Ante Carvalho había desaparecido Yes y se abría un abismo imantado que le atraía al tiempo que le dolía el esternón.
– A mi edad sería un para siempre muy breve. ¿Y tu estupendo marido, y tus maravillosos hijos? No te perdonarían. Quedaría destruido tu ecosistema.
– Me daría igual, siempre que lo tuvieras tú muy claro. O todo o nada.
Tenía en las manos el problema. Ella se lo había traspasado y le contemplaba entre la angustia y el orgullo. No me rechaces, le pedía, pero de los labios de Carvalho salió una cinta de fax más que una oratoria comprometida. La edad marcaba una excesiva distancia, no podía romper su ecosistema porque rompía el ecosistema de Charo, de Biscuter y sobre todo no podía romper el ecosistema de ella. ¿Te imaginas una vida sin los seres que dependen de ti? ¿A qué niveles de complejo de culpa llegarías?
– ¿A qué complejo de culpa te refieres? ¿Al mío? Estoy tan enamorada de ti que no tengo complejo de culpa, pero me niego a vivir dos vidas en dos camas. Sólo quiero una vida y una cama. Contigo. La tuya. Pero sólo una cama.
No contestas mis llamadas, ni las cartas que te mando por telefax. ¿ Ya no te quedan paisajes de la memoria por enseñarme?
Quieres que te deje en paz. Las más bellas historias envidiarían un final tan espléndido, sin muertos, sin lágrimas; un remate elegante -de cabeza, por supuesto- que sublimó, hasta gasificar, cualquier argumento de continuidad.
No quieres jugar a destruir mi ecosistema, dijiste. Todas y cada una de las consistentes razones, tan inapelables como ineludibles, jugaron a tu favor, ni tan siquiera yo -la reina de la improvisación- fui capaz de sortear, o distraer, una maniobra tan impecable. Perfecta la posición en el campo, exacto el cálculo de la distancia, oportuno en la elección del momento, escrupuloso en la ejecución. Esta ignorante -y humilde- mujer sólo estaba en posición de presentir la derrota, aturdida y desconcertada.
Tener razón es muy importante y tú tienes razón, toda la razón… y nada más que la razón. A mi edad -540 años- no me interesan las razones, les he rendido pleitesía mucho tiempo; he llegado a la conclusión de que la pasión no es lo más importante, es: lo único importante. Por otra parte no concibo cómo se puede pretender, a estas alturas, hacerle un regate a la emoción, atendiendo a cuestiones tan prosaicas comola incomodidad de los horarios, costumbres, el marido realmente existente, los hijos…; cuando los dioses nos regalan algo tan escaso como es la ilusión, es un acto de soberbia -imperdonable- rehusar.
Alguien a quien adivino vasallo de la estética tiene que, al menos, estar en un dilema; me explico: parece muy difícil que puedas renunciar a un espectáculo como yo, tanto como difícil renunciar a tu solvencia, comodidad y paz moral. Se me olvidaba decirte que en el primer plano final, justo antes de rendir la cabeza y marchar -¿desfilar?-, besé tu frente, tus mejillas y tus labios con mis ojos, demorándome lo menos posible. No me gusta molestar. No trato de deshacerme del ídolo, puedo asumir sus -si los hubiere- pies de barro, mi adoración es incuestionable, ha superado el paso del tiempo, todas las modas.
Reconozco mi error al proponer una «aventura», no sólo por lo ambiguo del término, también porque oculté nuestro encuentro a Mauricio, no sé por qué lo hice, no era preciso, probablemente me dejé impregnar por la atmósfera que se había creado. Y para colmo EL ANÓNIMO QUE SE HA RECIBIDO EN CASA, puede que esté rodeada de gente a la que no le soy simpática, soy la dueña y los dueños nunca somos simpáticos. Seguramente me pasará pronto la necesidad de referirme a ti de un modo tan compulsivo.
Se me ocurre que la perfumería, o lo que sea, que, a su vuelta de Andorra, tiene que montar Charo -las putas siempre encuentran el modo de hacerlo todo práctico y provechoso- debería llamarse: «En Esencia», «Esenciales»… En mi opinión te mereces que este personaje vuelva con la frente marchita, pero dispuesto a trocar en transparente y positivo todo lo que hasta el momento era sórdido en su vida. Este negocio le va a permitir reconvertir sus antiguos clientes en clientes de nuevo, y también en clientes a sus compañeras; Pepe Carvalho participará ahora de la misma condición de cliente que todos ellos, ¿revancha? Clientes todos pero de un negocio transparente, socialmente presentable, de buen tono, chic.
He sido una insensata, una ilusa y además una pesada. Está bastante claro que tú no me necesitas para nada, me atiendes cuando te llamo o te escribo pero son actos reflejo de los míos. Había pensado conocerte, divertirme, jugar un poco, sin que ello supusiera daño alguno para nadie; que tú recibieras un millón de halagos y alguna que otra cita entretenida, no parece perjudicial. Por mi parte materializar mi relación contigo (en mis sueños siempre hemos discutido mucho) era un proyecto demasiado atractivo, en sí mismo inocente y por tanto irrenunáable.
Al recibir el anónimo considero que no tengo nada que ocultar, por eso se lo he contado todo, todo a Mauricio. Se lo he podido contar todo porque no ha pasado nada. Puedo asumir y hasta controlar cualquier tipo de enamoramiento, no son más que emociones pasajeras, distracciones, que no tienen por qué ser desestabilizantes, simples escaramuzas sin ningún tipo de trascendencia, ejercicios de adiestramiento, que no traspasan los límites de la esgrima verbal. Con cierta frecuencia surgen a mi alrededor episodios galantes, que se conocen y asumen en casa sin ningún tipo de crispación, al contrario incluso, a mi marido y mis hijos les hace cierta gracia que gente de su entorno muestre un particular interés por mí; se habla de «mis víctimas» de «esa nueva víctima» y de lo contenta que estoy con mi cosecha de triunfos, dicen que no tengo piedad, que soy una casquivana, una coqueta sin remedio y me «riñen» pero sin demasiado énfasis. Todos saben que, por otra parte, a mí no me da ni frío ni calor, es pura gimnasia, y que además nunca soy yo quien promueve esas situaciones; digamos que por un lado me halagan, y por otro lo llevo con resignación.