El hombre de mi vida
Al parecer, ha resultado premonitorio que firmase algunas cosas con: Alicia, detrás del espejo, porque estar al otro lado del espejo es lo que estoy haciendo ahora. Es una nueva perspectiva nada cómoda, pero resolveré sin duda todas estas inquietudes, procuraré no ser demasiado molesta y, a la vez, que no me «molestes» -confío plenamente en que entiendes lo que digo- no permitiré que nada de todo esto afecte a mi equilibrio emocional, ni al de los míos. Mis excusas, también mis respetos.
Alicia
Tal vez todo sería mejor así. Considerar el reencuentro con Yes una peripecia del espíritu que acabaría pareciéndole irreal, como si hubiera pasado de la evocación al espejismo o como si hubiera vivido la fantasmagoría de La mujer del cuadro de Fritz Lang. Los días pasaban sin nuevos mensajes, hasta que de pronto:
Morosa máscara mágica
Aturdida, azorada, alarmada.
Nigromante, nuevo Nibelungo,
Ulises, urdiendo utopías.
Eres esperanza exacta
Loca lengua libertina.
Demasiado corto para ser grave. Carvalho se quedó al pie del fax esperando una continuación, pero pasaron dos, tres horas y Biscuter desfilaba ante él sin decir nada, de sus compras a la cocinilla, preparando un soufflé mediterráneo, jefe, de atún con alcaparras, porque no hay nada como la cocina mediterránea, jefe. Tuvo tiempo de comerse el soufflé con un vino albariño gallego bien frío, masticando improperios contra los que beben champán, cavas y vinos blancos un grado por encima del frescor auténtico. También hubo tiempo de salir a la calle con Biscuter empeñado en que le acompañara al centro cultural de los jesuitas de la calle Caspe, donde iba a darse una conferencia que podía interesarle mucho a cargo de Guifré González, sobre neocatarismo. Título de la conferencia: «Entre el Opus Dei y los cátaros» a cargo de Guifré González. A Carvalho le sonaba a uno de esos personajes a los que siempre presentan diciendo que no necesitan presentación, tal vez de la radio, tal vez era una estrella de tertulias o le habían hecho alguna entrevista que él había captado al paso. Estaba el salón lleno y Biscuter le había reservado un asiento situado detrás de la cabeza pelirroja de Margalida la Ben Plantada, la Donzella del Valles, que se volvió para sonreírles. En el escenario, sobre la pared de fondo una pantalla de proyección cinematográfica o de vídeo. Un vistazo por la sala le permitió a Carvalho descubrir al hombre del chándal, al joven neoliberal de los cursillos y a Anfrúns rodeado de chicos y chicas que en todo momento estaban pendientes de sus palabras, sus cuchicheos, sus humoradas. El corruptor de menores de siempre. Aparecieron sobre el escenario Francesc Marc Alvaro, Guifré González y un jesuita que presentó a Francesc Marc Álvaro como uno de los más brillantes y equilibrados jóvenes intelectuales y en cuanto Francesc Marc Álvaro tomó la palabra se dedicó a elogiar irónicamente, la única forma civilizada de elogiar a alguien, a Guifré González, que podría ser considerada la cabeza pensante más importante de Cataluña y una de las mejor amuebladas de Europa. ¿Cómo se amuebla una cabeza sin reducir el espacio interior?, se preguntó Alvaro como remate de su corta y brillante presentación, dejando la duda de si la cabeza de Guifré estaba demasiado amueblada. El conferenciante, ahora llamado Guifré González, no era otro que el falso cura, falso tío de Neus, que en realidad se llamaba Margalida. Sin clergyman y sin guayabera, ahora parecía un miembro confortable del star system de la inteligencia. Tras merodeos de agradecimiento por la amplitud liberal, en el mejor sentido liberal, que demostraban los jesuítas, sus anfitriones, habló de la crisis de modernidad de la Iglesia católica y de los duros años de competencia que se avecinaban, por ejemplo, en el caso de los Países Catalanes, la Iglesia católica había sido incapaz de dar el paso de la autonomía eclesiástica con el riesgo de desvincularse de una feligresía que exigía en religión el derecho a la diferencia. La Iglesia católica vaticana sólo considera una apuesta segura, el Opus Dei como nueva fuerza defensiva, capaz de conectarla con la estrategia del dominio temporal a través del dominio material y viceversa, pero el Opus Dei no había dado el paso necesario para adecuarse al futuro nuevo orden internacional de una globalización basada en los pueblos identificables. ¿Qué hacer? Tal vez había llegado el momento de dejar a la Iglesia católica en su camino hacia la obsolescencia, puesto que el Vaticano se había empeñado en recorrer ese «camino» en compañía del Opus Dei, y plantearse una religiosidad de diseño para los Países Catalanes. Más que enojosas actitudes cismáticas, tal vez sería más interesante buscar en la memoria colectiva un sustrato religioso que ya en el pasado hubiera intentado dar respuesta a una nueva espiritualidad, y la nueva Europa debería tener en cuenta lo que había sido el catarismo como una religión solidaria y fundamentalista, muy en la línea del viejo, moderno, eterno deseo de retorno al cristianismo primitivo, de base, humanista, que, desde la institucionalización constantiniana de la Iglesia, había inflamado Europa desde Bulgaria a Toulouse, desde Coblenza hasta la Cataluña Norte de los siglos xII y xIII. Fue en este momento cuando se oscureció la sala y sobre la pantalla apareció el mapa de la extensión del catarismo en los siglos xII, xIII y xIV, mezclado a veces con los albigenses o los valdeses, aunque sería necio relacionarlos, liquidado todo el catarismo aparentemente en 1321 con la cremación en Vila-Roja, Termenes, de Belibastre, último prefecto cátaro conocido. Es más, se envalentonó Guifré, hay quien sostiene que los cátaros querían constituir el principado de Septimania y quien añade, como Javaloys, que ese principado estaba inspirado por el poder judío y en la persecución de los cátaros se aliaron el rey de Francia y el Papado para acabar con unos herejes escisionistas, políticamente incorrectos. Pero los cátaros, aunque se desperdigaron, prosiguieron siendo cátaros y muchos se establecieron en la Cataluña del Sur, ocultando su pasado para evitar la represión y alguna semilla dejaron. Profetizaba Guifré González una nueva religiosidad no de diseño tal como podía concebirse desde la ingeniería religiosa en ciernes, sino entendiendo diseño como una religión reconstruida a partir de sus ruinas, como si hubiera estado esperando una nueva sensibilidad y las condiciones objetivas y subjetivas se hubieran producido.
– Pobreza, solidaridad, compromiso frente al capitalismo salvaje construido con la complicidad de toda clase de establishments. Aquella religión afectó a parte de Cataluña Norte, contaminó personas o zonas de la Cataluña Sur, y los pueblos estructuralmente aplazados como los Países Catalanes podrían hacer un uso evangélico y a la vez vertebrador de una territorialidad del espíritu y de la emoción emancipatoria, frente a los intentos economicistas de crear nuevas territorialidades por razones estrictamente económicas. No hay que olvidar que en su tiempo a los cataros se les conocía por «los hombres buenos», porque de ellos emanaba, al menos, la voluntad de la bondad y la caridad, tal como se demuestra en el estudio fundamental de Jordi Ventura i Subirats. ¿Y ahora? ¿Aquí? Sólo una corriente mística controlada por la inteligencia laica podría contrarrestar los efectos de la dictadura economicista que se cierne especialmente sobre Cataluña como una amenaza. Cataluña puede desaparecer como proyecto si el poder económico español y multinacional con la ayuda de los botiflers, de los catalanes renegados, la destruyen como imaginario unitario y la sustituyen por un triángulo de poder económico.
Margalida aplaudía con un entusiasmo sin límites, silbaba, aullaba, como si Guifré González fuera un héroe del rock y no su tío, su falso tío y Anfrúns apacentaba las reacciones de su rebaño y estudiaba a distancia las no reacciones de Carvalho. Ya estaban en el turno de preguntas del público y Anfrúns pidió la palabra.