O C?sar o nada
Con un dedo dibuja el hombre un signo sobre la piel de la muchacha, se deja acariciar, montar y acaba en el juego de las caricias y la pasión con el techo como reloj de sombras. Y cuando las sombras se instalan definitivamente, la mujer duerme y Rodrigo piensa, con un brazo bajo la nuca, hasta que chirrían los goznes de la puerta, asoma la vieja medio cuerpo y Rodrigo le hace una seña para que mantenga silencio. Paola dormita desnuda bajo una sábana mal repartida sobre sus desnudeces y Rodrigo termina de vestirse. Omite la cara de satisfacción de la celestina por su vencimiento y le impide que le siga. Recupera el cardenal la estancia inicial y allí aguardan cuatro hombres.
– "Galceran, Joan, Llan amp;ol, Milá. Sabia que vindríeu. La mort del rei de Nápols complica les coses. Pere Lluís pressiona perqué el papa el proclami rei, i aquesta seria la gota d.aigua que fa vessar el vas i esclatar un al amp;ament contra "i catalani"
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– "Qué podem fer?"
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– "Pressioneu Calixte Iii perqué no nomeni Pere Lluís"
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– "I qui millor que tu per aconseguir-ho?"
– "Jo? Peró es que no te n.adones, Milá? Com es prendria el meu germá que jo treballara en contra de les seues boges ambicions?
Si el meu oncle em demana el meu parer, haig de dir-li: fes-lo rei de Nápols o emperador de Constantinoble o de Samarkand. Hem de protegir Pere Lluís de si mateix i de pas nos protegirem nosaltres i el Sant Pare"
Se ha hecho la luz entre los conjurados y son los gestos los que refrendan las explicaciones del joven cardenal los que los persuaden y cada cual asume el compromiso a su medida.
Un arrapiezo se sube a una fuente romana y grita:
– ¡Catalanes! ¡Ladrones!
¡Fuera!
A su alrededor crecen voces convergentes y los manifestantes miran hacia el palacio, tratando de que sus miradas se metan en la alcoba papal. El papa, en el lecho, pregunta con un gesto qué está pasando fuera y nadie le contesta, le arropan pese a los calores del "ferragosto" o le tienden pócimas que Calixto Iii rechaza y balbucea casi sin voz algo que sólo su secretario entiende.
– Quiere que lea su juramento del día de la proclamación.
Rodrigo sale de su meditación.
– ¿Ahora?
El anciano sigue bisbiseando mientras agarra con toda la energía que le queda el brazo de su secretario.
– Insiste en que sea ahora.
Abarca Rodrigo a los pobladores de la estancia, mientras frunce la nariz como si le molestara el olor de la enfermedad o el de la muerte. Una vieja enfermera retira la teja de debajo del cuerpo del papa y arrugan la nariz el médico, Pere Lluís y dos viejos cardenales entre el rezo del rosario y el sueño. Examina el médico las heces y cabecea pesimista. No parece sentir el hedor el secretario, que tiende a Rodrigo un papel como una orden que de hecho viene de su tío, papel que finalmente acepta, examina y lee con la voz progresivamente entera:
– "Jo, Calixte Iii, papa, promet i jure a la Santa Trinitat, Pare, Fill i Esperit Sant, a la sempre Verge Mare de Deu, als apóstols sant Pere i sant Pau i a tots els exércits celestials que, si cal, vessare la meua própia sang per tal d.intentar, en la mesura de les meues forces i amb el concurs dels meus venerables ger mans, tot el que siga possible per a conquerir Constantinoble, que ha estat presa i destruñda per l.enemic del Salvador Crucificat, pel fill del diable, Mohamed, príncep dels turcs, en cástig pels pecats dels homes. Hem de deslliurar Constantinoble i exterminar en Orient la secta diabólica de l.infame i pérfid Mahoma. La llum de la fe está quasi extingida en aquestes dissortades regions. Si alguna vegada jo t.oblidara, Jerusalem, que caiga la meua destra en oblit, es paralise la meua llengua en la meua boca, si jo no me.n recordara ja de tu, Jerusalem, si ja no fores tu l.inici de la meua alegria. Que Deu vinga en el meu ajut i en el meu Sant Evangeli!
Que així siga"
Sólo Pere Lluís parece haber entendido el texto y dice: "¡Amen!", mientras el rostro del papa agonizante expresa satisfacción ante Rodrigo, inclinado.
– "Veneu tot el tresor pontifici i pagueu la Croada!"
– "Sí, oncle"
– "Hem de tallar-li el cap a Mohamed"
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– "Així es fará, oncle"
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Rodrigo convoca con un gesto la atención de su hermano y se lo lleva a un ángulo de la cámara.
– "Aixó s.acaba i no conve que la mort de l.oncle nos agafe a Roma. Esclatará una revolta i els Orsini o els Colonna o qui sigui llen amp;aran la xurma contra nosaltres. Hem de guanyar temps. Hauries d.anarte.n a Espanya, a Valéncia, a Xátiva. Ja tornarás quan tot…"
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– "I tu?"
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– "A mi m.odien menys que a tu.
Peró per si un cas posare terra pel mig"
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Embiste Pere Lluís como un buey, pero su hermano no le da tiempo para refugiarse en su rebelión. Lo coge por los hombros y deja de hablarle en catalán.
– Deja de comportarte como un buey con cuernos y pórtate como un hombre con sesos. ¿Cuántas bravatas necesitas para impedir que te maten? ¿Cuántos mercenarios van a seguir protegiéndote cuando sepan que el "oncle" ha muerto? Todo está preparado. El cardenal patriarca de Venecia, Barbo, nos debe muchos favores y te presta su escolta. Vete a Ostia y embarca en una galera hacia España. Aquí están asaltando nuestras casas, nuestras posesiones. Hay que ganar tiempo.
Se oye griterío en la calle y por la ventana abierta al agosto romano entran varias piedras y gritos como cuchillos.
– ¡Catalanes! ¡Ladrones!
¡Fuera de Roma!
Acepta Pere Lluís el consejo de su hermano, se abrazan y sale corriendo mientras Rodrigo se asoma a la ventana y contempla con curiosidad el tumulto.
– Las tribus de los Colonna y de los Orsini se han puesto de acuerdo para echar a la tribu extranjera. Han vendido la piel del buey antes de matarlo.
El ruido de la calle se ha metido en palacio y de los pasillos lejanos llega el ruido sincopado del avance de grupos que Rodrigo afronta sin apartarse de la ventana. La estampida de los pasos precipitados empuja la puerta y se encarna en un grupo de gente armada a cuyo frente va la colección completa de patricios romanos. La presencia de Rodrigo los contiene hasta que Orsini asume el protagonismo y da dos pasos hacia el Borja cardenal.
– Tu tío está a punto de morir y el yugo de los Borja morirá con él.
– ¿De qué yugo hablas?
– Habéis utilizado la silla de Pedro para enriqueceros y apoderaros del Estado.
– La silla de Pedro quedará vacía en las próximas horas y ¿quién la ocupará? ¿Un Colonna?
¿Un Orsini? ¿Un Della Rovere?
¿Quién puede oponerse a un cambio de signo? Mi tío ha sido un hombre de leyes que ha ayudado a consolidar la legitimidad del papado unificado después del oprobio de Aviñón. Mi tío no consiguió disuadir al papa Luna para que renunciara al solio y fortaleciera la unidad de la Iglesia. No soy un hombre de armas, ni de algaradas, yo soy un hombre de leyes. ¿Voy a oponerme yo a que tú, por ejemplo, seas el futuro papa?
– Yo no lo pretendo. Pero tu hermano merece un castigo. Nos ha humillado. Se ha burlado de nosotros.
– Mi hermano es mi hermano, yo soy yo, y la causa de la Iglesia, que es la de Dios, está por encima
de todos nosotros. Los cardenales somos gente sagrada puesto que nuestros fines son sagrados, ya lo dijo san Pablo: "Qui altare deserviunt, cum altare participant." Los que sirven al altar, participan del altar. Dejad que me cuide del tránsito de mi tío y contad conmigo para cuando haya que continuar la historia sagrada de la Iglesia.
Se abre paso Rodrigo sin ser hostigado y al llegar al pasillo corre más que anda, gana la escalera y llega al patio trasero al tiempo que su hermano sube a un caballo rodeado de cuatro jinetes guardaespaldas.
– Da un rodeo para que no parezca que te diriges a Ostia, porque pueden tener controlada la salida. Cruza el Tíber por la Puerta de San Paolo. Van a por ti, Pere Lluís.
Arrancan los cinco jinetes sin que nada diga Pere Lluís y queda en el patio Rodrigo con los ojos llorosos y en los labios una sentencia:
– "Mihi hieri et tibi hodie."
Hacia el horizonte marino miran los ojos empequeñecidos, febriles, de animal enfermo de Pere Lluís Borja y es abatimiento lo que le derrama sobre el malecón mientras se vuelve hacia los guardaespaldas que esperan su decisión.
– La galera ha zarpado y no ha querido esperarme.
Los guardaespaldas se miran entre sí y uno de ellos se decide.
– Las galeras no esperan a los vencidos y nosotros no queremos jugarnos nuestro humilde cuello junto al suyo, jefe. El cardenal Barbo no nos obliga a más. Nos vamos.
Le dan la espalda y Pere Lluís retiene por un brazo al que ha hablado.
– Tengo dinero para fletar cien galeras.
– Avísenos cuando estén fletadas, pero por si acaso no siga vestido de capitán general, le buscan y lo pasará mal si le encuentran.
Se alejan los mercenarios y Pere Lluís encuentra un rincón en penumbra para arrancarse los atributos más llamativos de su uniforme y quedar como un capitán general desaliñado o degradado. Suda y le castañean los dientes cuando se mete por las callejas portuarias en busca de la primera oportunidad de huida. Se introduce en una taberna donde su irrupción provoca silencios y algún sarcasmo.
– ¡El almirante de la flota turca!
Las risotadas le siguen mientras se abre paso hasta el tabernero. Los ojos de Pere Lluís bajan turbios y le cuesta hablar cuando señala el blusón que luce el propietario del local.
– ¿Cuánto me pides por ese blusón?
– ¿Sólo el blusón? ¿No quiere el señor también los calzones?
– Sea. El blusón y los calzones.
Le dice el precio el hombre a la oreja y Pere Lluís no discute.
Pone sobre el tablero el dinero.
Tampoco discute el tabernero, que se despoja del blusón y de los calzones para la risotada general, al tiempo que Pere Lluís se desviste y se pone la ropa recién comprada.
El tabernero no sólo se queda el dinero, sino que también se apropia de la ropa del visitante y se la pone mientras la hilaridad crea más hilaridad. A uno y otro lado del tablero se han cambiado los aspectos, pero la perplejidad del tabernero se ha vuelto codicia.