O C?sar o nada
5 El profeta desarmado
Remulins se ha mezclado con el público que espera la palabra de Savonarola, a su lado Maquiavelo parece más interesado en la observación de la gente que en la inmediata aparición del predicador.
– Mujeres. Ya sólo le quedan mujeres ricas.
Remulins repara en la observación de Maquiavelo, pero no demasiado tiempo porque el profeta ha hecho su aparición y un silencio total espera la acechanza del fraile volcado sobre los feligreses, somo si fuera halcón dispuesto a echarse a volar sobre sus cabezas.
– ¡El papa me ha excomulgado!
No contento con impedirme predicar, ¡me ha excomulgado! ¡Traición! ¡Traición, pueblo cristiano, es la palabra con la que explicaría qué está sucediendo y cómo el cuchillo del maligno quiere degollar al portavoz de Dios! Las fuerzas del mal han conseguido sumar a mis enemigos y asustar a mis amigos dejándome en el mismo Getsemaní en el que Cristo superó las tribulaciones del alma.
De pronto, Savonarola se enfurece porque a la iglesia llega un grupo de mujeres encabezadas por una señora principal, imbuida en la inocencia de que ha nacido para llegar tarde a los sermones, incluso a los de Savonarola. Pero esta vez el fraile se cierne sobre la multitud y señala acusadoramente a la recién llegada.
– ¡He aquí el demonio! ¡He aquí el demonio que viene a turbar la palabra de Dios!
Acoge la dama con estupefacción la agresión, luego con ira, finalmente con miedo cuando los rostros se han vuelto hacia ella recriminándola, rostros que la obligan a retroceder a la par que su cortejo y salir de la iglesia despavoridas.
– Mis enemigos dicen prestarse a pasar la prueba de caminar sobre fuego para, si salen ilesos, demostrar que soy un hereje y exigen que yo haga lo mismo. Dicen: ¡será la prueba de Dios! ¡La confabulación de mis enemigos me fuerza a pedirle a Dios su confianza y acepto el desafío! ¡Yo y mis discípulos caminaremos sobre brasas para demostrar que Dios guía mis pasos y los protege!
Contrario al entusiasmo producido, Maquiavelo cabecea irónico e invita a Remulins a que le siga.
– Vamos. Todo lo importante ya lo ha dicho.
Callejean sin decir nada pero esperando cada cual que sea el otro el iniciador del diálogo.
– ¿Qué novedades hay, señor Maquiavelo?
Se ríe Nicolás francamente y su risa detiene a Remulins.
– ¿De qué va la risa?
– Admita que es regocijante que sea usted el que me pregunte sobre novedades, cuando es público y notorio que usted ha llegado a Florencia para terminar de acorralar a Savonarola.
– ¿Eso se dice?
Parece entristecido Remulins y desde una cierta melancolía comenta:
– Savonarola se está ahorcando él solo. La Signoria de Florencia la dominan los "arrabbiati", contrarios al fraile, y no cejarán hasta destruirlo.
– Permítame, Remulins, que establezca una hipótesis de la situación. Savonarola clamó contra la corrupción de la Iglesia y de los príncipes cómplices y fue utilizado inicialmente por una fracción de los Medicis contra otros Medicis.
Eso permitió que el mito Savonarola creciera y se apoderara de él el pueblo, los obispos escandalizados por la corrupción de la Iglesia, como Caraffa, y esos sectores de las clases poderosas a las que les gusta de vez en cuando, por poco tiempo, pedir perdón por ser poderosas. Luego la lucha contra los Medicis significó la llamada a los franceses para que nos invadieran y destruyeran la república y el impulso del renacer italiano.
Savonarola proclamó a Carlos Viii el Nuevo Ciro constructor de Jerusalén y del Templo, en contra del destructor de la cristiandad, Alejandro Vi. Desde el Vaticano, ustedes empiezan a organizar la ruptura del frente de los partidarios de Savonarola y poco a poco consiguen aislarle. Por si faltara algo, el papa trata de pactar con los franceses y deja a Savonarola sin padrinos. Ya sólo le quedan esas escasas mujeres ricas que siguen pidiendo perdón por serlo. Cada vez menos. La mala conciencia de los ricos dura poco.
Después de la agresión de hoy contra la esposa de Bentivoglio, uno de los ciudadanos principales de Florencia, de una estirpe de peligrosos y sangrientos condotieros, ese coro de beatas va a quedarse mudo. Por si faltara algo, el papa ha amenazado a los mercaderes florentinos con embargar sus mercancías si apoyan a Savonarola y el obispo Caraffa le ha retirado su apoyo. Los comerciantes sí que tocan realidad, saben lo que es la realidad y quieren que les pertenezca. Empezaron como correcaminos con sus mercancías, de feria en feria, de mercado en mercado y han acabado teniendo dinero, dinero acumulado. Trabajo y dinero. Ése es el nuevo poder real y no está con frailes místicos creadores de desorden. Savonarola insiste en la necesidad de un concilio, pero ya sólo le apoya Dios, según cree él.
La prueba del fuego es una trampa que le han tendido. ¿Ha sido idea suya, Remulins?
Remulins medita y Maquiavelo espera pacientemente a que salga de su silencio. Finalmente Remulins habla.
– Mi mano derecha ha ayudado a tejer todo eso. Mi mano izquierda ha tratado de impedirlo, de aprovechar los momentos tranquilos de Savonarola para suavizar el cerco.
¿Usted cree en la necesidad de reformar la Iglesia?
– ¿Para qué?
– ¿No preferiría usted una Iglesia fundamentada en la Virtud?
– Para mí, Virtud equivale a Razón, señor Remulins. ¿Puede la Iglesia fundamentarse en la Razón? No estoy metiéndome en cuestiones teológicas. Alejandro Vi hace lo que yo creo inevitable, ni bueno ni malo, inevitable. Igual actuaría cualquier otro papa inteligente con sentido histórico. Savonarola está fuera de la Historia, y si triunfaran sus tesis redentoristas, el oscurantismo más fanático caería sobre todos nosotros. La corrupción es más tolerable que el fanatismo.
– ¿Hay que elegir entre el oscurantismo o la corrupción? ¿Es inevitable esa elección?
Está sorprendido Maquiavelo y retiene con un brazo los pasos de Remulins.
– ¡Vacila! ¡Usted, el instrumento de la política de Alejandro Vi no cree en lo que hace!
¡En el fondo "comprende" a Savonarola!
Consigue proseguir su marcha Remulins y deja a un maravillado Maquiavelo a unos pasos de distancia, finalmente avanza a zancadas para ponerse a la altura del delegado pontificio.
– Insisto. ¿Es cierto que la idea de la prueba del fuego la ha sugerido usted?
Cierra los ojos Remulins, le tiembla el mentón y aprieta los puños. Y desde esa profunda conmoción que se traduce en temblores, responde:
– No.
Alejandro Vi está satisfecho y exhibe un pliego de documentos para justificar su buen humor.
– He aquí la comunicación de los banqueros pidiendo a la Signoria de Florencia que proteja sus negocios frente a los efectos de las predicaciones de Savonarola.
A los florentinos en cuanto les tocas el bolsillo se acabó el profeta Isaías. ¿O ahora nuestro querido Savonarola ya está en Ezequiel, según creo? ¿No es así, Remulins?
Asiente el consultor algo desganado, desgana que no escapa al papa.
– ¿Algo no marcha?
– No. Todo va según lo previsto. A nuestro fraile le sentó mal la prohibición de predicar, la violó, ahora le has excomulgado y ha reaccionado desobedeciendo, proclamando su verdad, administrando la eucaristía. No tenía otra salida. Ahora se le podrá formar un tribunal eclesiástico, si es que antes la Signoria de Florencia no le ajusta las cuentas. Pero esa prueba del fuego no nos conviene.
Fue sibilinamente propuesta por un predicador inspirado por los "arrabbiati", el bando ciudadano contrario a Savonarola.
– ¿No nos interesa esa prueba?
– Es retrógrada. Será un motivo de escarnio en boca de los humanistas. Ha sido una trampa. Un predicador franciscano aseguró que él estaba dispuesto a caminar sobre brasas para demostrar que Savonarola era un farsante y Savonarola no tuvo más remedio que asumir el desafío.
– ¡Pobre diablo! Su suerte está echada y llegará un momento en que la propia sociedad florentina le ajustará las cuentas. Pero tienes razón. No podemos hacer renacer los autos de fe, las pruebas de Dios. Todo ese oscurantismo no debe volver. Aunque se me ocurre otra razón más práctica para oponernos a la prueba de Dios.
– ¿Cuál es esa razón?
– Imagina que sale bien librado de la prueba. ¿Qué se demuestra a los ojos del populacho? Que Savonarola tiene razón y los que le hemos excomulgado no.
– ¿Qué hacemos, pues?
– Reclama a la Signoria de Florencia que nos entreguen a Savonarola para ser sometido a un juicio eclesiástico, aquí, en Roma. Tú asume un cargo que justifique tu actuación. Como jurista, como auditor del gobierno de Roma.
– No hemos hablado sobre el final de esta historia. ¿Savonarola debe morir?
– Si se rinde, a enemigo que huye, puente de plata. Pero hemos de dejar que sean los florentinos y el propio Savonarola los que decidan. Hay que seguir de cerca ese proceso. Eso es todo. Savonarola ya no es un peligro. Has trabajado muy bien, Remulins. Ahora voy a despachar con César.
Es una invitación a la despedida y Remulins sale de la estancia cavilando, no repara en que César le saluda, pero sí, ya en el pasillo, en que Burcardo y Miguel Ángel emergen de una secreta conversación y el jefe de protocolo insta al artista a que aborde al jurista. Acelera los pasos Miguel Ángel sin que Remulins se dé por reclamado hasta que una mano del pintor se posa sobre su brazo.
– Quisiera que me concediera un momento. Será sólo un momento.
– No es perder el tiempo hablar con Miguel Ángel Buonaroti.
– Pero quisiera hablar en un lugar más tranquilo.
Se deja llevar Remulins al taller donde trabaja Miguel Ángel, ocupado por discípulos afanados que el pintor despide con un simple batir de palmas. Ya a solas, el artista se asegura de que están las puertas bien cerradas y aborda a Remulins.
– Hablo con la persona mejor enterada sobre lo que está sucediendo en Florencia y quisiera expresarle mi inquietud por la suerte que pueda correr fray Girolamo Savonarola.
Estudia Remulins la angustiada expresión de Buonaroti, pero no contesta y deja que tras un silencio de expectativa el otro prosiga su explicación.
– Cuando fray Girolamo empezó sus predicaciones yo estaba en Florencia al servicio de los Medicis y muchas veces fray Jerónimo habló muy especialmente con los artistas, humanistas, escritores, Botticelli, Della Robbia, Pico della Mirandola, conmigo mismo y nos causó un gran impacto.
Escucha Remulins pero entretiene mecánicamente el cuerpo y las manos revisando diseños y bocetos.