Una muerte extasiada
Era un refugio, supuso. Tanto para Roarke como para ella.
Dos almas perdidas, como él había comentado en una ocasión. Y ella se preguntaba si habían dejado de estar perdidas al encontrarse.
Dejó el coche delante de la entrada principal, sabiendo que su aspecto destartalado y vulgar ofendería a Summerset, el estirado mayordomo de Roarke. Era muy sencillo poner el vehículo en automático y hacerle rodear la casa e introducirse en el espacio reservado para él en el garaje, pero, en lo referente a Summerset, a Eve le encantaba provocar.
Abrió la puerta y lo encontró de pie en el suntuoso vestíbulo con una expresión desdeñosa y una sonrisa burlona en los labios.
– Su vehículo es repugnante, teniente.
– Eh, que es propiedad municipal. -Eve se agachó para recoger el gordo gato de mirada misteriosa que acudió a su encuentro-. Si no lo quiere allí, muévalo usted mismo.
Oyó una melodiosa carcajada procedente del salón y arqueó una ceja.
– ¿Tenemos visita?
– En efecto. -Con una mirada desaprobadora, Summerset le examinó la camisa y los pantalones arrugados, y la pistolera que todavía llevaba a un costado-. Le sugiero que tome un baño y se cambie antes de reunirse con sus invitados.
– Le sugiero que me bese el trasero -respondió ella alegremente, pasando por su lado.
En el salón principal, lleno de los tesoros que Roarke había coleccionado procedentes de todas partes del universo conocido, se estaba desarrollando una elegante fiesta íntima. Distinguidos canapés descansaban en bandejas de plata, y un vino dorado llenaba la destellante cristalería. Roarke parecía un ángel oscuro vestido con lo que él habría definido como atuendo informal. La camisa de seda negra con el cuello desabrochado y los pantalones perfectamente ajustados sujetos con un cinturón de reluciente hebilla, le sentaban a la perfección y lo hacían parecer exactamente lo que era: un hombre rico, atractivo y peligroso.
Sólo había una pareja en la espaciosa estancia. El hombre era tan claro como Roarke oscuro. El cabello largo y dorado le pendía sobre los hombros de su ajustada americana azul. Y tenía un rostro cuadrado y atractivo, con los labios un poco excesivamente delgados, pero el contraste de sus ojos castaños impedía advertirlo a quien lo observaba.
La mujer era deslumbrante. Llevaba su cabello pelirrojo recogido en tirabuzones que le rozaban la nuca. Sus ojos eran de un verde tan intenso como los del gato, y las cejas eran perfectas y negras como el carbón. Tenía un cutis de porcelana, de pómulos altos y una boca de labios gruesos y sensuales.
Su figura hacía juego, y en aquella ocasión la había comprimido en una columna de esmeraldas que dejaba sus firmes hombros al descubierto y se hundía entre sus asombrosos senos hasta la cintura.
– Oh, Roarke. -Dejó escapar de nuevo una sonora carcajada y, deslizando una mano esbelta y pálida en la melena de Roarke, lo besó con dulzura-. Te he echado tanto de menos.
Eve pensó en el arma que llevaba y en cómo, aun desde aquella posición, sería capaz de hacer bailar a esa sensacional pelirroja. Pero sólo fue un pensamiento fugaz. Dejó a Galahad en el suelo por miedo a estrujarlo.
– No has podido echarlo tanto de menos -replicó Eve con indiferencia al entrar.
Roarke se volvió hacia ella y le sonrió. Tendremos que borrar esa expresión de satisfacción de tu cara, amigo, se dijo Eve. Y pronto.
– Oh, no te oímos entrar.
– Eso es evidente. -Eve cogió un canapé de la bandeja y se lo llevó a la boca.
– Creo que no conoces a nuestros invitados. Reeanna Ott, William Shaffer, mi esposa Eve Dallas.
– Cuidado, Ree, va armada -bromeó William al tiempo que cruzaba la habitación para estrecharle la mano. Se movía a grandes zancadas, como un esbelto caballo que sale a pacer-. Me alegro de conocerte, Eve. Es un auténtico placer. Ree y yo sentimos no poder asistir a vuestra boda.
– Nos quedamos deshechos. -Reeanna sonrió a Eve con sus centelleantes ojos verdes-. William y yo nos moríamos por conocer personalmente a la mujer que ha logrado doblegar a Roarke.
– Sigue de pie. -Eve miró de reojo a Roarke cuando éste le ofreció una copa de vino-. De momento.
– Ree y William han estado en el laboratorio de Tarus Three, trabajando en un proyecto para mí. Acaban de volver al planeta para disfrutar de un bien merecido descanso.
– ¿De veras? -preguntó Eve como si le importara algo.
– El proyecto a bordo ha sido particularmente satisfactorio -explicó William-. Dentro de un año, o dos como mucho, las industrias de Roarke lanzarán una nueva tecnología que revolucionará el mundo del ocio y las diversiones.
– Ocio y diversiones. -Eve esbozó una débil sonrisa-. Sin duda se trata de un descubrimiento trascendental.
– A decir verdad tiene muchas posibilidades de serlo. -Reeane bebió un sorbo de vino y evaluó a Eve: atractiva, impaciente, competente. Y dura-. También hay posibilidades de hacer grandes descubrimientos en el campo de la medicina.
– Ese es el objetivo de Ree. -William alzó la copa hacia ella con una mirada cariñosa-. Ella es la experta en medicina. Yo sólo entiendo de diversiones.
– Estoy segura de que tras una larga jornada a Eve no le apetece oír hablar de nuestros asuntos. Los científicos son tan tediosos -comentó Reeanna con una sonrisa de disculpa-. Acabas de volver del Olympo. -El vestido de seda de Reeanna susurró cuando ésta cambió de postura-. William y yo formamos parte del equipo que diseñó los centros médicos y de recreo. ¿Tuviste que visitarlos?
– Por encima. -Se estaba mostrando grosera, se recordó Eve. Tendría que acostumbrarse a volver a casa y encontrar elegantes visitas, y ver a mujeres asombrosas babeando ante su marido-. Es impresionante aun a medio construir. Las instalaciones médicas lo serán aún más cuando estén funcionando. ¿Era tuyo el diseño de la habitación holograma del hotel principal?
– Yo soy el culpable -respondió él sonriendo-. Me encanta jugar. ¿A ti no?
– Eve lo considera trabajo. A propósito, tuvimos un incidente durante nuestra estancia allí -apuntó Roarke-. Un suicidio. Uno de los técnicos autotrónicos. Mathias.
William arrugó la frente.
– Mathias… ¿Joven, pelirrojo y con pecas?
– Sí.
– ¡Cielo santo! -William se estremeció y bebió un largo trago-. ¿Suicidio? ¿Estás seguro de que no fue un accidente? Lo recuerdo como un joven entusiasta con grandes ideas. No era de los que se quitan la vida.
– Pues eso hizo -replicó Eve-. Se ahorcó.
– Qué horrible. -Pálida, Reeanna se sentó en el brazo del sofá-. ¿Yo lo conocía, William?
– No lo creo. Tal vez lo viste en uno de los clubes durante nuestra estancia allí, pero no lo recuerdo como un tipo sociable.
– De todos modos lo siento mucho -repuso Reeanna-. Y qué horrible para vosotros tener que presenciar tal tragedia en vuestra luna de miel. En fin, no hablemos más de ello. -Galahad se subió de un salto al sofá y colocó la cabeza debajo de una de sus esbeltas manos-. Preferiría hablar de la boda que nos perdimos.
– Quedaos a cenar y os aburriremos con los detalles. -Roarke le apretó el brazo a Eve disculpándose.
– Ojalá pudiera -respondió William acariciando el hombro de Reeanna con la misma delicadeza con que ella acariciaba la cabeza del gato-. Pero nos esperan en el teatro. Ya llegamos tarde.
– Tienes razón, como siempre. -Con visible contrariedad, Reeanna se levantó-. Espero que la invitación se repita. Estaremos en el planeta un par de meses, y me encantaría tener la oportunidad de conocerte mejor, Eve. Mi amistad con Roarke viene de antiguo.
– Aquí siempre sois bien recibidos. Os veré a los dos mañana en la oficina para un informe completo.
– Allí estaremos -respondió Reeanna dejando la copa a un lado-. Tal vez podamos almorzar juntas algún día, Eve. Sólo mujeres. -Los ojos le brillaban con tan buen humor que Eve se sintió estúpida-. Para cambiar impresiones sobre Roarke.
La invitación era demasiado amistosa para encajarla mal y Eve se sorprendió sonriendo.
– Sería interesante. -Los acompañó con Roarke hasta la puerta y se despidió con la mano-. ¿Cuántas impresiones tendremos que cambiar? -preguntó al volver a entrar.
– Hace mucho de eso. -La sujetó por la cintura para darle el aplazado beso de bienvenida a casa-. Años, millones de años.
– Seguramente se ha comprado ese cuerpazo.
– Debo admitir que ha sido una excelente inversión. -Eve alzó la barbilla y lo miró con dureza.
– ¿Hay alguna mujer guapa que no se haya metido en tu cama?
Roarke ladeó la cabeza y entornó los ojos reflexionando.
– No. -Se echó a reír cuando ella lo amenazó con el puño. Pero gruñó cuando ella le dio un leve puñetazo en el estómago-. Debí rendirme cuando te llevaba ventaja.
– Que te sirva de lección, encanto. -Pero dejó que él la levantara del suelo y la cargara sobre los hombros.
– ¿Tienes hambre? -preguntó él.
– Un hambre canina.
– Yo también. -Roarke empezó a subir las escaleras-. Cenaremos en la cama.