Una muerte extasiada
Ella imaginó que serían joyas. Parecía disfrutar adornándole el cuerpo con diamantes, esmeraldas y cadenas de oro que la aturdían y le hacían sentir incómoda. Pero al abrir la caja encontró un sencillo capullo blanco.
– ¿Una flor?
– De tu ramo de novia. La he hecho tratar.
– Una petunia. -Eve lagrimeó al sacarla de la caja. Sencilla y vulgar, una flor que podía crecer en cualquier jardín. Tenía los pétalos suaves y húmedos de rocío.
– Es un nuevo proceso en el que ha estado trabajando una de mis compañías. Las preserva sin cambiar la textura elemental. Quería que la conservaras. -Cerró una mano en torno a las suyas-. Quería que los dos la conserváramos, para que nos recordara que hay cosas que perduran.
Ella levantó la mirada hacia él. Los dos habían salido de la pobreza, pensó, y habían sobrevivido. Se habían sentido mutuamente atraídos en medio de la violencia y la tragedia, y lo habían superado. Seguían caminos diferentes y de pronto habían encontrado una senda común.
Hay cosas que perduran, pensó ella. Cosas corrientes. Como el amor.