Una muerte inmortal
– Mierda. ¿Es un veneno?
– A la larga, sí. Los fabricantes lo saben sin duda, lo que les convierte en culpables no sólo de distribuir ile?gales sino de asesinato.
Eve dejó que reflexionara sobre ello, sabía los dolo?res de cabeza que eso podía producir si los medios infor?mativos llegaban a tener conocimiento de los datos.
– Boomer podía no saber todo esto, pero sí sabía lo suficiente para que lo mataran por ello. Quiero llegar hasta el final y puesto que hay otros asuntos que me preocupan, solicito que la agente Peabody me sea asigna?da como ayudante hasta que el caso quede resuelto.
– Peabody no tiene mucha experiencia en homicidios ni en ilegales, teniente.
– Lo compensa con cerebro y esfuerzo. Quisiera que me ayudara a coordinar con el teniente Casto de Ilega?les, que también usaba a Boomer corno soplón.
– Me ocuparé de ello. En cuanto a lo de Pandora, uti?lice a Feeney. -Arqueó una ceja-. Veo que ya lo está ha?ciendo. Hagamos como que se lo acabo de ordenar y que sea oficial. Tendrá que tratar con los media.
– Voy acostumbrándome a eso. Nadine Furst ha vuel?to de vacaciones. Le iré dando los datos que mejor me pa?rezca. Ella y Canal 75 me deben algunos favores. -Eve se puso en pie-. He de hablar con algunas personas. Me pon?dré en contacto con Feeney y haré que venga conmigo.
– A ver si podemos aclarar las cosas antes de su luna de miel. -La cara de Eve era un verdadero estudio de contradicciones: engorro, placer y miedo; Whitney se echó a reír-. Sobrevivirá, Dallas. Eso se lo garantizo.
– Sí, claro, el tipo que ha diseñado mi traje de boda está encerrado -murmuró-. Gracias, comandante.
Al verla salir, Whitney pensó que aunque ella tal vez no fuera consciente de que había bajado la barrera que había entre los dos, él sí.
– A mi mujer le va a encantar. -Más que feliz de dejar que condujera Dallas, Feeney se retrepó en el asiento del acompañante. Había poco tráfico mientras iban hacia Park Avenue South. Feeney, nativo de Nueva York, ha?bía desconectado hacía rato de los bramidos y ecos de los globos turísticos y los autobuses aéreos que pulula?ban por el cielo.
– Me dijeron que iban a arreglarlo. Qué cabrones. ¿Oye eso, Feeney? ¿Oye ese maldito zumbido?
Educadamente, Feeney se concentró en el ruido que salía del panel de control.
– Parece un enjambre de abejas asesinas.
– Tres días -dijo ella, enfadada-, tres días en repara?ción y escuche el ruido. Peor que antes.
– Dallas. -Le puso una mano en el brazo-. Tal vez tenga que enfrentarse a la idea de que su vehículo no es más que una basura. Requise uno nuevo.
– Yo no quiero uno nuevo. -Con el canto de la mano, Eve golpeó el panel de control-. Quiero éste, pero sin efectos de sonido. -Hubo de pararse en un se?máforo. A juzgar por como sonaban los controles, no podría fiarse del automático-. ¿Dónde diablos queda el 582 de Central Park South? -Sus controles seguían zumbando, así que les propinó otro golpe-. Digo que dónde diablos queda el 582 de Central Park South.
– Pregúntelo con amabilidad -le sugirió Feeney-. Ordenador, ¿sería tan amable de mostrar el mapa y loca?lizar Central Park South 582?
Al ver que la pantalla se encendía y aparecía el mapa holográfico señalando la ruta, Eve se limitó a gruñir.
– Yo no hago tantos mimos.
– A lo mejor por eso sus controles siempre se le es?tropean. Como le decía -prosiguió antes de que ella pu?diera cortarle-, a mi mujer le va a encantar. Justin Young: hacía de semental en Night Falls.
– Una telenovela, ¿no? -Le fulminó con la mirada-. ¿Qué hace usted mirando telenovelas?
– Mire, yo pongo ese canal para relajarme un poco, como cualquier hijo de vecino. Además, mi mujer está colada por Young. Ahora se dedica al cine. Apenas pasa una semana que ella no programe alguna de sus pelícu?las. El tipo lo hace bien, además. Aparte, sale Jerry Fitzgerald -añadió Feeney con una sonrisa soñadora.
– Guárdese sus fantasías.
– Esa chica sí está bien hecha, se lo digo yo. No como esas modelos que parecen haberse quedado en los hue?sos. -Hizo un sonido como anticipándose al placer de un enorme helado-. ¿Sabe por qué me gusta trabajar con usted, Dallas?
– ¿Por mi encanto personal y mi incisiva inteligencia?
– Por supuesto. -Feeney puso los ojos en blanco-. Poder ir a casa y decirle a mi mujer a quién he interroga?do hoy. Un multimillonario, un senador, aristócratas italianos, estrellas de cine. En serio, eso me está dando mucho prestigio.
– Me alegro de servirle de algo. -Encajó su maltrecho vehículo de policía entre un mini Rolls y un Mercedes de época-. Pero trate de controlar su embeleso mientras k hacemos el tercer grado a ese actor.
– Soy un profesional. -Pero Feeney estaba sonriendo al apearse del coche-. Mire esto. ¿No le gustaría vivir ahí dentro? -Chasqueó la lengua y apartó la mirada de la lustrosa fachada de mármol de imitación-. Ah, lo olvi?daba. Para usted esto son los bajos fondos.
– Váyase al infierno, Feeney.
– Vamos, no sea tan dura. -Le pasó una mano por los hombros mientras se dirigían hacia la puerta del edificio-. Enamorarse del hombre más rico del mundo no es algo de lo que haya de avergonzarse.
– No me avergüenzo; es que no quiero hablar más de ello.
El edificio era lo bastante lujoso como para tener portero además de sistema electrónico de seguridad. Tras mostrar sus placas, Eve y Feeney entraron en el vestíbulo de mármol que adornaban helechos exuberan?tes y flores exóticas en enormes macetas de porcelana.
– Qué ostentación -murmuró Eve.
– ¿Ve cómo se está volviendo? -Feeney salió de cam?po y se aproximó a la pantalla de seguridad interna-: Te?niente Dallas y capitán Feeney, para Justin Young.
– Un momento, por favor. -La empalagosa voz ci?bernética esperó que verificaran su identidad-. Gracias. El señor Young les está esperando. Diríjanse al ascensor tres, por favor. Que tengan un buen día.
Capitulo Seis
– Bueno, ¿cómo quiere que lo hagamos? -Feeney apretó los labios y estudió la pequeña cámara que había en una esquina del ascensor mientras subían-. ¿Los típicos poli bueno y poli malo?
– Es curioso lo bien que funciona.
– Un civil es un blanco fácil.
– Empecemos con «lamento molestarle, agradezco mucho su cooperación». Si nos olemos que está fingien?do, podemos cambiar de táctica.
– Yo quiero hacer de poli malo.
– Lo hace fatal de poli malo, Feeney. Acéptelo.
Él la miró apesadumbrado.
– Soy su superior, Dallas.
– Yo llevo este caso, y hago mejor de poli malo.
– Siempre me toca hacer de poli bueno -murmuró él mientras entraban a un bien iluminado vestíbulo con más mármol y más dorados.
Justin Young abrió la puerta en el momento justo. Al verle Eve pensó que se había vestido para el papel de testigo acomodado pero cooperador: pantalón de lino color ante, informal y caro, y una holgada camisa de seda del mismo color. Calzaba sandalias de última moda con suela gruesa e intrincados adornos en el em?peine.
– Teniente Dallas, capitán Feeney. -Su rostro bella?mente esculpido mostraba arrugas, ojos sobrios y un dramático contraste con la melena ondulada del mismo color que los adornos del vestíbulo. Ofreció una mano engalanada con un gran anillo tachonado de ónices-. Pa?sen, por favor.
– Gracias por acceder a recibirnos tan pronto, señor Young. -Tal vez se estuviera volviendo poco entusiasta, pero un repaso inicial a la habitación hizo pensar a Eve: recargado y supercaro.
– Ha sido una tragedia, un verdadero horror. -Les señaló con un gesto un enorme sofá atiborrado de coji?nes de colores llamativos y telas lustrosas. Al fondo de la sala, alguien había programado un atardecer tropical en la pantalla de meditación-. Es casi imposible aceptar que haya muerto, menos aún que muriera de forma tan re?pentina y violenta.