Una muerte inmortal
– Sentimos mucho molestarlo -empezó Feeney, ini?ciando su papel de poli bueno mientras intentaba no quedarse boquiabierto ante el despliegue de lujo-. Para usted ha de ser un momento muy difícil.
– Lo es. Pandora y yo éramos amigos. ¿Puedo ofre?cerles algo? -Tomó asiento, elegante y delgado, en una butaca de orejas que podría haber engullido a un niño.
– No, gracias. -Eve trató de acomodarse entre la montaña de cojines.
– Yo tomaré algo, si no les importa. Tengo los ner?vios de punta desde que supe la noticia. -Inclinándose, Young pulsó un botón de la mesa-. Café, por favor. Para uno. -Echándose hacia atrás, sonrió levemente-. Que?rrán saber dónde estaba cuando murió Pandora. He re?presentado un par de policías en mi carrera. Hice de poli, de sospechoso y hasta de víctima cuando empezaba como actor. Mi imagen siempre me ha hecho parecer inocente.
Levantó la vista mientras un sirviente androide, ves?tido, según notó Eve horrorizada, con el clásico unifor?me de la criada francesa, entraba con una taza y un plati?llo sobre una bandeja de cristal. Justin cogió la taza y se la llevó a los labios.
– Los media no han publicado a qué hora murió exactamente Pandora, pero creo que puedo darles una relación de mis movimientos durante esa noche. Estuve con ella en una pequeña fiesta celebrada en su casa hasta las doce aproximadamente. Jerry y yo (Jerry Fitzgerald) partimos juntos y fuimos a tomar una copa al club pri?vado Ennui. Está muy de moda, y a los dos nos va muy bien dejarnos ver allí. Imagino que sería la una cuando salimos. Hablamos de hacer una ronda, pero confieso que habíamos bebido bastante y que estábamos cansa?dos de hacer relaciones públicas. Vinimos aquí y estuvi?mos juntos hasta las diez de la mañana. Jerry tenía una cita. No fue hasta después de irse ella, mientras yo toma?ba mi primer café, que puse las noticias y me enteré de lo ocurrido.
– Eso cubre toda la noche, desde luego -dijo Eve. Justin lo había recitado todo, pensó ella, como si lo hu?biera ensayado muy bien-. Tendremos que hablar con la señorita Fitzgerald para verificarlo.
– Desde luego. ¿Quieren hacerlo ahora? Está en la sala de relajación. La muerte de Pandora la ha dejado un poco transpuesta.
– Déjela que se relaje un poco más -sugirió Eve-. Dice que usted y Pandora eran amigos. ¿Amantes tam?bién?
– De vez en cuando, nada serio. Frecuentábamos los mismos círculos. Y para serle brutalmente franco dadas las circunstancias, Pandora prefería los hombres fáciles de dominar e intimidar. -Mostró una sonrisa deslum?brante para mostrar que no era de esa clase de hombres-. Prefería tener líos con gente esforzada antes que con quienes ya habían alcanzado el éxito. Raramente gusta?ba de compartir el estréllate.
Feeney aprovechó la ocasión:
– ¿A quién estaba ligada emocionalmente cuando murió?
– Había varios hombres, creo. Alguien que si no me equivoco había conocido en Starlight Station, un empre?sario, decía ella con sarcasmo; el diseñador de moda que según Jerry es brillante: Michelangelo, Puccini o Leo?nardo. Y Paul Redford, el videoproductor que estuvo con nosotros esa noche.
Tomó un sorbito de café y parpadeó.
– Leonardo. Ése era el nombre. Hubo una especie de escaramuza. Mientras estábamos en casa de Pandora se presentó una mujer. Se pegaron por él, una pelea de ga?tos, como en los viejos tiempos. Habría sido divertido de no ser porque resultó muy embarazoso para todos los implicados.
Extendió sus dedos elegantes y pareció un tanto di?vertido a pesar de lo que había dicho. Buen trabajo, pen?só Eve. Mucho ensayo, mucho ritmo: un perfecto profe?sional.
– Paul y yo tuvimos que separarlas.
– ¿Dice que esa mujer fue a casa de Pandora y la agredió físicamente? -preguntó Eve con tono neutral.
– Oh no, para nada. La pobre estaba destrozada. Pandora la insultó a placer y luego la golpeó. -Justin lo ilustró cerrando el puño y hendiendo el aire-. Le dio fuerte de verdad. La otra era menuda, pero aguerrida. Se puso en pie enseguida y embistió. Después empezaron cuerpo a cuerpo, tirándose del pelo y arañándose. La mujer sangraba un poco cuando se fue. Pandora tenía unas uñas mortales.
– ¿Pandora arañó a la otra en la cara?
– No. Pero estoy seguro de que se llevó un buen pro?yecto de cardenal. Creo que en el cuello. Cuatro feos arañazos en un lado del cuello gracias a Pandora. Me temo que no recuerdo cómo se llamaba la chica. Pando?ra sólo la llamó zorra y cosas parecidas. Trataba de no llorar cuando se fue de allí, y le dijo con dramatismo a Pandora que lamentaría lo que había hecho. Luego creo que echó a perder su mutis sorbiendo por la nariz y di?ciendo que el amor todo lo puede.
Muy propio de Mavis, se dijo Eve.
– Y una vez ella se hubo ido, ¿cómo reaccionó Pan?dora?
– Estaba furiosa, excitadísma. Por eso Jerry y yo nos fuimos temprano.
– ¿Y Paul Redford?
– Él se quedó; no sé cuánto rato. -Con un suspiro para indicar que lo sentía, Justin apartó su taza-. Resulta feo decir cosas negativas de Pandora ahora que no puede defenderse, pero ella era muy dura, incluso hiriente. El que la hacía enfadar lo pagaba caro.
– ¿Le pasó a usted alguna vez, señor Young?
– Ya me ocupaba yo de que no. -Su sonrisa fue cauti?vadora-. Me encanta mi carrera y me encanta mi físico, teniente. Pandora no era un peligro para lo primero, pero yo había llegado a presenciar lo que podía hacerle a uno en la cara cuando se enfadaba. Créame, no se hacía la manicura como hojas de cuchillo por un capricho de la moda.
– Tenía enemigos…
– A montones, pero la mayoría estaba aterrorizada. No se me ocurre quién pudo ser capaz de devolverle fi?nalmente el golpe. Y por lo que he oído en las noticias, no creo que ni siquiera Pandora mereciese una muerte tan brutal.
– Apreciamos su franqueza, señor Young. Si le pare?ce bien, nos gustaría hablar ahora con la señorita Fitzgerald. A solas.
Justin levantó una pulcra y elegante ceja.
– Por supuesto. Para cotejar historias.
Eve sonrió.
– Han tenido tiempo de sobra para eso. Pero nos gustaría hablar con ella a solas.
Tuvo el placer de ver cómo su fachada temblaba un poco ante la insistencia. Con todo, él se levantó para ir hacia un pasillo.
– ¿Qué opina? -preguntó Feeney en voz baja.
– Que ha sido una actuación deslumbrante.
– Creo que estamos en la onda. De todos modos, si él y Fitzgerald estuvieron revolcándose toda la noche, eso descarta a Young.
– Su coartada es mutua, los descarta a ambos por igual. Conseguiremos los discos de seguridad en la ad?ministración del edificio y comprobaremos a qué hora llegó cada cual. Sabremos si volvieron a salir.
– Yo no me fío de eso desde lo que pasó en el caso DeBlass.
– Si hicieron trampa con los discos, lo notaremos. -Levantó la vista al oír cómo Feeney se sorbía los dien?tes. Su cara de pocos amigos se había animado un poco. Tenía los ojos vidriosos. Al ver aparecer a Jerry Fitzge?rald, Eve se preguntó por qué Feeney no tenía la lengua colgando como un perro.
Pues sí que estaba bien hecha, pensó Eve. Sus luju?riosos pechos aparecían apenas cubiertos de seda color marfil que se abría en escote hasta el ombligo y luego se detenía brevemente unos milímetros por debajo del nivel del pubis. Una larga y torneada pierna estaba adornada junto a la rodilla con una rosa roja en plena floración.
Jerry Fitzgerald era un capullo en flor, sin duda al?guna.
Luego estaba la cara, suave y soñolienta como si aca?bara de hacer el amor. Su pelo color de ébano era lacio y curvado a la perfección, enmarcando una barbilla re?donda y femenina. Su boca era generosa, húmeda y roja, sus ojos de un azul deslumbrante y bordeados de finas pestañas con puntas doradas.
Mientras ella se posaba en una silla cual pagana diosa del sexo, Eve palmeó la pierna de Feeney a modo de apoyo moral… y de contención.
– Señorita Fitzgerald -dijo Eve.