Una muerte inmortal
Se decidió por el bronce.
– Éste. Oh, sí, éste. Su piel, sus ojos, su cabello… Es?tará radiante, mayestática. Como una diosa. Le hará fal?ta un collar de al menos setenta centímetros. Mejor aún, dos ristras, de sesenta y setenta centímetros. Yo diría que de cobre, con piedras de colores. Rubíes, citrinos, ónices. Sí, sí, y cornalinas, e incluso alguna turmalina. Ya hablará con Roarke sobre los accesorios.
Eve hubo de reprimir un suspiro de anhelo, pese a que la ropa nunca le había importado demasiado.
– Es muy bonito -dijo con cautela, y empezó a calcu?lar su situación económica-. No sé… Es que la seda se sale un poco de mis posibilidades…
– Tendrá el vestido porque yo se lo regalo. Prometi?do. -Leonardo disfrutó viendo cómo la precaución aso?maba a los ojos de ella-. A cambio de que yo pueda dise?ñar el vestido de Mavis como su dama de honor y que usted utilice modelos míos para el ajuar.
– No había pensado en ningún ajuar. Ya tengo ropa.
– La teniente Dallas tiene ropa -le corrigió él-. La fu?tura esposa de Roarke necesitará otras prendas.
– Podemos hacer un trato. -Eve quería aquel maldito vestido. Ya lo notaba puesto sobre su piel.
– Estupendo. Quítese la ropa.
Ella reaccionó como un resorte:
– Oiga, imbécil…
– Es para las medidas -explicó rápidamente él. La forma en que ella le miró hizo que se pusiera en pie y re?trocediera. Él adoraba a las mujeres y sabía comprender su ira. En otras palabras, les tenía miedo-. Considéreme como su proveedor de salud. No puedo diseñar bien el vestido hasta que conozca su cuerpo. Soy un artista, y un caballero -dijo con dignidad-. Pero si se siente incó?moda, Mavis puede quedarse.
Eve ladeó la cabeza:
– Me basto sola, amigo. Si se pasa de la raya o se le ocurre hacerlo siquiera, se va a enterar.
– No me cabe duda. -Cautamente, Leonardo cogió un aparato-. Mi escáner -explicó-. Toma las medidas con absoluta exactitud. Pero para una verdadera lectura tiene que estar desnuda.
– Deja de burlarte, Mavis, y ve por más té.
– Enseguida. Además, ya te he visto desnuda. -Y so?plando besos hacia Leonardo, se marchó.
– Tengo más ideas… acerca de la ropa -puntualizó Leonardo cuando Eve empezaba a achicar los ojos-: la combinación para el vestido, por descontado. Ropa de noche y de día, lo formal, lo informal. ¿Dónde será la luna de miel?
– No lo sé. No hemos pensado en eso. -Resignada, Eve se quitó los zapatos y se desabrochó el pantalón.
– Entonces Roarke la sorprenderá. Ordenador: crear archivo, Dallas, documento uno, medidas, color, estatu?ra, peso. -Después que ella se hubo quitado la camisa, él se acercó con su escáner-. Los pies juntos, por favor. Es?tatura, un metro setenta y tres, peso, cincuenta y cinco kilos.
– ¿Cuánto hace que se acuesta con Mavis?
Él siguió con los datos:
– Unas dos semanas. La quiero mucho. Cintura, se?senta y cinco coma cinco.
– ¿Y cuándo empezó todo, antes o después de ente?rarse usted que su mejor amiga se iba a casar con Roarke?
Leonardo, estupefacto, la miró con sus brillantes ojos dorados y coléricos.
– No estoy utilizando a Mavis para sacar una comi?sión; la insulta usted pensando eso.
– Sólo quería cerciorarme. Yo también la quiero mu?cho. Si vamos a seguir adelante, quiero estar segura de que todas las cartas estén sobre la mesa, nada más. Así…
La interrupción fue rápida y llena de furia. Una mu?jer vestida de negro, muy ceñida y sin adornos, irrumpió como un bólido, desnudando sus dientes perfectos y blandiendo sus letales uñas rojas a modo de garras.
– ¡Tú, infiel, traidor, hijo de la gran puta! -Hizo su entrada casi como un mortero en dirección al blanco.
Con gracia y velocidad propiciadas por el miedo, Leonardo se evadió:
– Pandora, deja que te explique…
– Explícame esto. -Volviendo su ira contra Eve, dispa?ró un brazo armado, estando en un tris de arrancarle los ojos de cuajo.
Eve sólo podía hacer una cosa: derribarla de un golpe.
– Oh, Dios… -gimió Leonardo encorvando sus enormes hombros y retorciéndose las manazas.
Capitulo Dos
– ¿Era necesario pegarle? -preguntó Leonardo.
– Sí -respondió, Eve.
Él dejó su escáner y suspiró.
– Va a convertir mi vida en un infierno, lo sé.
– Mi cara, mi cara… -Mientras recuperaba el sentido, Pandora se puso en pie tambaleándose al tiempo que se palpaba la mandíbula-. ¿Me ha salido un morado? ¿Se nota? Dentro de una hora tengo sesión.
Eve se encogió de hombros:
– Mala suerte.
Pasando de un humor a otro como una gacela enlo?quecida, Pandora dijo entre dientes:
– Te acordarás de mí, zorra. No trabajarás nunca en pantalla ni en disco, y te aseguro que no vas a pisar una sola pasarela. ¿Sabes quién soy?
En aquellas circunstancias, estar desnuda no hizo sino poner de peor humor a Eve:
– ¿Cree que me importa?
– Pero qué pasa aquí. Caray, Dallas, si Leonardo sólo quiere hacerte un vestido… Oh. -Mavis, que venía a toda prisa con los vasos de té, se paró en seco-: Pandora.
– Tú. -A Pandora le quedaba bastante veneno enci?ma. Saltó sobre Mavis con la consiguiente rotura de vasos. Segundos después, las dos mujeres peleaban en el suelo y se tiraban del pelo.
– Por el amor de Dios. -De haber llevado encima una porra, Eve la habría usado contra aquel par-. Basta ya. Maldita sea, Leonardo, écheme una mano antes de que se maten. -Eve se metió entre las dos, tirando aquí de un brazo, allá de una pierna. Por pura diversión pro?pinó un codazo extra a las costillas de Pandora-. La me?teré en una jaula, lo juro. -A falta de otra cosa, se sentó encima de Pandora y alcanzó sus vaqueros para sacar la placa que llevaba en el bolsillo-. Mire esto. Soy policía. De momento tiene dos cargos por agresión. ¿Quiere más?
– Sácame de encima tu culo huesudo.
No fue la orden sino la relativa serenidad, con que ésta fue pronunciada lo que hizo moverse a Eve. Pando?ra se levantó, se alisó con las manos el ceñido traje negro, sorbió por la nariz, echó atrás su lujuriosa melena color llama, y finalmente lanzó una frígida mirada con sus ojos esmeralda de largas pestañas.
– Conque ahora ya no tienes suficiente con una, Leo?nardo, ¡Canalla! -Alzando su escultural mentón, Pan?dora fulminó con la mirada a Eve y luego a Mavis-. Puede que tu libido vaya en aumento, pero tu gusto se está deteriorando.
– Pandora. -Tembloroso, temiendo aún un ataque, Leonardo se humedeció los labios-. He dicho que te lo explicaría. La teniente Dallas es clienta mía:
Ella escupió como una cobra:
– Vaya, ¿es así cómo las llaman ahora? ¿Crees que puedes dejarme a un lado como si fuera el periódico de ayer? Seré yo quien diga cuando hemos terminado.
Cojeando ligeramente, Mavis se acercó a Leonardo y le pasó un brazo por la cintura.
– Él no te necesita ni te quiere para nada.
– Me importa un comino lo que él quiera, pero ¿necesitar? -Sus gruesos labios formaron una sonrisa per?versa-. Tendrá que explicarte las cosas de la vida, pe?queña. Sin mí, el mes que viene no habrá desfile con esos harapos de segunda. Y sin desfile no podrá vender nada, y sin ventas no podrá pagar todo ese material, todo ese inventario, y tampoco el bonito préstamo que le con?cedieron.
Pandora inspiró hondo y examinó las uñas que se había partido en la pelea. La furia parecía sentarle tan bien como el traje superceñido.
– Esto te va a costar muy caro, Leonardo. Tengo la agenda muy apretada para mañana y pasado, pero sabré encontrar el momento para charlar con tus promotores. ¿Qué crees que van a decir cuando les cuente que no pienso rebajarme a ir por la pasarela con esa mierda de diseños tuyos?
– No puedes hacerme eso, Pandora. -El pánico se notaba en cada palabra, un pánico que, Eve estaba segu?ra, era para la pelirroja como un pico para un adicto-. Me vas a hundir. Lo he invertido todo en este show. Tiempo, dinero…