El hombre de mi vida
Compré un vestido precioso, estoy (me siento)' guapíííííísi-ma con él; todo fue ayer absolutamente perfecto.
Ríase cuanto quiera, en casa había una cena familiar y era tal mi estado de enajenación que decidieron poner un cubierto en la mesa para usted, de ese modo resultaba más «natural» que yo siguiera mi/nuestra alelada, e íntima, conversación; es decir: cuando miraba hacia su plato nadie debía interrumpirme/nos; soporté bromas de todos los colores y tuve que darles cuenta de qué era lo que usted había opinado acerca de «la sopa fría de melón» y del «bacallá a la llauna»…, ¡lo que hace la envidia!, les dije. Era el menú de la cena y usted como siempre, aunque no lo sepa, asiste a mis cenas, a mis comidas, cuando las hago, cuando compro lo que necesito para hacerlas u ordenarlas a la asistenta. Usted está presente en lo que vivo y en lo que sueño y mi familia lo sabe, porque Mauricio, mi marido, conoce que gracias a usted nos casamos y tuvimos dos hijos espléndidos.
La cosa tuvo su gracia, más, cuando me retiré a descansar (ellos están, ya, de vacaciones y alargaron la sobremesa), con todas las historias que sobre usted se cuentan, incluida la que me afecta. No fue un: ja, ja, ja, no, el carcajeo general sonó: jua, jua, jua.
he notifico todo esto porque es justo que conozca los resultados de su buena obra de ayer. A estas alturas no será preciso que le diga que yo no soy ni tímida ni prudente, y como en el pedir no se debe ser tacaño, a la vuelta de vacaciones, tal como usted precisó, le propondré una cita: Boadas, El Viejo Paraguas…, pero escoja usted el sitio, seguro que me gustará (no, no tiene alternativa).
Escarlata
(sentada en las escaleras
y llenando un librillo de bailes)
Olvidaba decirle que me voy de vacaciones algo tardías. Voy a fragmentarlas en dos, porque me encanta tomarme unas semanas de descanso en Navidad y otras en primavera. Podría tomarme los días que quisiera como esposa del dueño y copropietaria, pero he de dar ejemplo. A mi vuelta le daré, en mano, el final de mis apreciaciones críticas por su pasmado comportamiento en Madrid a raíz del asesinato de Conesal, espero que sea posible, que esté de acuerdo en que nos veamos. Usted y yo somos cómplices, compartimos un secreto, o al menos eso creo yo. No sabe lo bella que me parece la vida, me encantaría hacerle sonreír (tiene siempre una expresión tan adusta y retraída…). ¿Dónde pasa usted sus vacaciones? Seguro que las fragmenta o tal vez vaya a recuperar algún paisaje de la memoria. Yo misma experimento esa necesidad. Dejémonos de boleros por un momentito (aunque a mí me parecen preciosos) y oiga lo que está sonando en mi radio ahora: canta Azúcar Moreno:
… dale a tu cuerpo vacilón
¡ay! ¡caramba!
sólo se vive una vez
sólo se vive una vez…
Ya puede volver a poner a Vivaldi (si eso es lo que quiere), pero para estar en el cielo oyendo el rumor de las aguas y lostrinos de los pajarMos… ya habrá tiempo, algo así como una eternidad.
Nota: espero no estar dejando sin papel su fax; pero sobre todo lo que más me preocupa es resultarle tediosa, cargante. Sólo puedo liberarle de su caballerosidad y pedirle que no se abstenga de decirlo claramente, le pondré remedio de inmediato (pensándolo mejor… sólo insinúelo, o me moriré de vergüenza).
Lluquet i Rovelló estaba más cerca de ser una herboristería a la antigua usanza que una tienda dedicada a la nueva salud, llena de pastillas de fibra contra el estreñimiento y de hierbas medicinales contra el colesterol, la hipertensión y la glucosa en la sangre. Las paredes eran pura estantería en marrones de coro catedralicio, para tarros de cerámica antiguos o falsamente antiguos, en cualquier caso trataban de escenificar una supuesta edad de oro en la que los seres humanos eran casi inmortales gracias a las hierbas medicinales. La tienda se parecía a la que se abría en la calle Botella en los años cuarenta y desapareció en los cincuenta para convertirse en un negocio tan anodino que Carvalho ni siquiera lo recordaba, ¿o era una mercería cuyos propietarios se mostraron solidarios cuando la policía le detuvo por primera vez? El nombre de la tienda era transparente para Carvalho, pero quizá no decía nada a las nuevas generaciones, ni siquiera a las no tan nuevas alejadas de las ambientaciones culturales del catalanismo de posguerra. Lluquet y Rovelló eran los nombres de los personajes centrales de Els pastorets de Folch i Torres, comedia con villancico incluido sobre la hipótesis, en cierto sentido no descartable, de que el niño Jesús na-ció en Cataluña y que los dos principales pastores que fueron a adorarle eran los pusilánimes Lluquet y Rovelló, dos cobardicas que no pueden con la maldad del diablo. En la época de inicio de una tímida recuperación de la lengua catalana, el franquismo había tolerado la representación de la pieza en teatros dependientes de centros parroquiales y los actores solían permitirse algunas morcillas subversivas. Carvalho recordaba la indignación del diablo, una vez más vencido por el arcángel san Miguel, de tan mala manera que estaba postrado en el suelo y el arcángel mantenía el pie sobre su cerviz y el pobre Belcebú levantaba apenas la cabeza para gritar:
– Miquel! Miguel! Sembles el Real Madrid, que sempre vol guanyar .
Denominar Lluquet i Rovelló a una tapadera del espionaje patriótico traicionaba la memoria cultural del propietario, fuera un particular o una institución. No quiso Carvalho quemar la consigna ni el contacto y se metió en la tienda a curiosear, agobiado por serias dudas sobre las hierbas medicinales que podía respaldar con una antigua lectura del Dioscórides, el libro sacramental sobre las plantas que no se quitaba de los ojos un tío abuelo anarquista vendedor de cacahuetes en la plaza de toros Monumental. La dependienta principal tenía el aspecto de viuda nacionalista y mediterránea del norte, bien alimentada y pulcra, emprendedora pero no con la prepotencia de las viudas agnósticas liberadas del peso de su marido, sino con la modestia de una viuda que siempre supone que su marido está en el cielo de los catalanes bailando sardanas todos los domingos y escuchando la retransmisión de los partidos del Barca a cargo de Joaquim M.a Puyal. Carvalho siempre había tenido la secreta convicción desde la infancia de que no había viudas como las catalanas, si las comparaba con las viudas inmigrantes, las catalanas eran mediterráneas pero a lo nórdico, ya liberadas de la obligación del luto y de plañir. Le comunicó Carvalho una antigua curiosidad por ver de cerca y conocer las virtudes de la cizaña, planta maldita en la cultura judeo-cristiana, que servía como imaginario del mal en contraposición con el imaginario del bien, como la planta maligna que crece más que el trigo y hay que esperar a que crezca para distinguirla y arrancarla.
– No podemos tener cizaña, es una hierba tóxica.
– ¿Ni para eliminar ratones?
– La cizaña es rica en temulina y con un gramo de cloruro de temulina podría usted matar a un gato de dos kilos.
– Ni siquiera tengo un gato.
La mujer se impacientaba y Carvalho mientras tanto reconocía la tienda, toda ella abarcable salvo a partir del pasillo que se perdía en un fondo de oscuridades. Entró una pareja de muchachos que sin apenas mirarse con las dependientas se adentraron por el corredor hasta ser engullidos por sus sombras. Imaginó que debajo de los mostradores podía haber magnetófonos siempre en marcha o frasquitos llenos de curare con el que los mejores espías han conseguido siempre matar a distancia.