El hombre de mi vida
– Porque siempre podamos besarnos con ilusión.
Había proclamado Charo y Carvalho secundó el brindis temeroso de que brindaban excesivamente. Pero ya le convocaba la voluntad del anfitrión y calculó si los efectivos de la cena para uno cumplían como cena para dos.
– Es plato único.
– Qué mal suena eso y en cambio qué rico debe de estar.
– Te haré un postre.
Limpió Carvalho dos manzanas, las cortó en gajos y las pasó por una sartén apenas untada con mantequilla. Cuando ya estaba casi vencida la resistencia de la carne, añadió medio vaso de Grand Marnier y fructosa y esperó a que las frutas cedieran en su resistencia sin ablandarse del todo. Batió un huevo, harina, tres claras a punto de nieve, fructosa y colocó el líquido en el molde caramelizado para distribuir luego los gajos de manzana simétricamente. Cuando ya estaba la composición dentro del horno, Charo se interesó por el empleo de la fructosa.
– ¿Tienes diabetes? Biscuter no me ha dicho nada.
– Biscuter no lo sabe todo sobre mí. No, no tengo diabetes, pero la tendré. Bromuro tenía razón. El enemigo está dentro de nosotros mismos y el muy hijo de puta estudia cada día por dónde puede jodernos y llega un momento en que se da cuenta de que envejecemos, de que se nos ha debilitado la defensa y entonces nos ataca por todos los frentes y si puede lo más que nos permite es agonizar bebiendo agua con una pajita o alimentándonos por la nariz.
– ¡Qué hombre éste!
Y aprovechó la vieja jaculatoria para volver a abrazarle, buscarle los labios, obtenerlos, empujarle hacia otro espacio, sin duda en dirección a la cama. Carvalho consideró las posibilidades que tenía de estar a la altura y a tiempo de que no se le quemara el postre, sin incurrir en la grosería de abandonar a una mujer entregada con la motivación de apagar el horno. Por otra parte, si lo apagaba ahora frustraba el cocimiento, ¿qué era peor, que se quemara o que no se cociera? Se fue desnudando abrazado a Charo, mientras ella avanzaba de espaldas hacia la habitación, y luego ella amortiguó las luces y se quitó la ropa con pudor, como siempre se la había quitado, no fuera a pensar Carvalho que se comportaba con él como con sus clientes. Ahora se desnudaba con temor a los años que había acumulado y Carvalho no quería verlos, se negaba a aceptar las erosiones, no fueran a conducirle al fracaso y así cuando Charo desnuda se frotó contra su cuerpo estaba convencido de que era la Charo de la primera vez y, cuando cambió de postura para la penetración, los juegos previos le habían ilusionado y se sintió poderoso, sin abrir los ojos o sólo entreabriéndolos para ver en la penumbra las facciones de Charo gozosa. Y así pudo sentirse contento consigo mismo cuando se desengancharon y Charo se apretó contra él para prolongar el abrazo y musitaba una, cien veces, como siempre, como siempre, como siempre.
– He soñado tantas veces en este reencuentro.
– Tú te marchaste.
– Pero nadie te ha sustituido. Ni Quimet. Él me ha dado una seguridad diferente, pero no es mi hombre. Tú eres el hombre de mi vida.
– Ya no me necesitas.
– ¿Por qué me dices eso?
– Has cambiado de oficio. Antes necesitabas un protector emocional y además te salía gratis. Ahora eres una mujer de negocios.
– ¿Tú pensabas de mí que era una puta?
– No.
– Yo tampoco pensaba que tú eras un protector, ni que salías gratis. Eras mi hombre. Lo sigues siendo.
Ya vestido, Carvalho llegó a tiempo de retirar el pastel de manzanas antes de que padeciera quemaduras de tercer grado. Charo seguía con su discurso. Quería poner sobre la mesa siete años de ausencia y todo el futuro que esperaba. Carvalho no contestaba. Tocaba libros. Los escogía y los desechaba. Por fin se quedó con uno en las manos, La vie quotidienne dans le monde moderne de Henri Lefebvre. Leyó como siempre una frase pretexto para la quema o para el difícil indulto: «la théorie du métalangage se fonde sur les recherches des logiciens, des philosophes, des linguistes (et sur la critique de ees recherches. Rappelons la définition: le métalangage consiste en un message (assemblage de signes) axé sur le code d 'un message, un autre ou le meme». Demasiada gente para llegar a la conclusión de que quemar un libro en una chimenea era un acto metalingüístico, por lo que descuartizó el libro y lo colocó en la base de la futura hoguera.
– ¿Por qué lo quemas?
– Porque todos recurrimos al metalenguaje sin necesidad de que nadie nos lo explique. También porque Lefebvre descubrió tarde el papel de lo cotidiano frente a lo histórico, descubrió tarde que siempre tienen razón los días laborables.
Charo elogió la cena y habló repetidamente de Quimet, de lo buena persona que era, de lo mucho que había hecho por ella y de lo mucho que podría hacer por Carvalho.
– ¿Recuerdas aquel tipo, Anfrúns, aquel sociólogo follica que apareció cuando yo investigaba el caso de la gogo-girl?
– Cómo no lo voy a conocer. Es un asesor de Quimet en asunto de religiones.
Charo amaneció a su lado y la acompañó hasta su tienda en la Vila Olímpica para trasladarse después al despacho de las Rambles. Durante todo el trayecto de descenso por la Ronda de Dalt, en busca de la Ronda del Litoral, la mujer no dejó de cantar y de preguntar, maravillada por todos los cambios de la ciudad. Parece otra, ¿verdad, Pepe? Como nosotros. También parecemos otros, ¿verdad, Pepe? Charo había prolongado el beso de despedida y luego le había retenido la mano de despedida, la mirada de despedida, había convertido la despedida en un final de capítulo de culebrón lleno de inquietantes premoniciones. Pero él sabía dónde estaba su norte desde el comienzo del día y no quería superar la ambigüedad con que acogía el intento de Charo para restablecer las relaciones de dependencia y por eso cuando llegó al despacho buscó los fax de la vaca y seleccionó el número de teléfono que figuraba junto al del fax.
– Perdone. He recibido varios fax de ustedes, de SP Asociados, pero no precisan quién me los envía. No. No puedo dar más detalles.
El interlocutor debía recorrer toda la oficina preguntando quién había enviado fax a un tal Pepe Carvalho. Notó el ruido del teléfono al moverse, también el sonoro silencio voluntario que se cernía al otro lado de la línea y de pronto brotó una estudiada voz de mujer, como si hubiera preparado lo que iba a decir durante mucho tiempo.
– ¿Carvalho? ¿Es usted? ¿Seguro?
– No lo ponga en duda. No aumente mi sensación de inseguridad.
Los Reyes Magos existen, ya lo sé.
Su llamada telefónica ha sido «una experiencia religiosa», todavía estoy aturdida, sorprendida y balbuceante (como habrá percibido). Yo le recordaba tímido, muy tímido, pero aparentemente prepotente (conmigo ejerció su prepotencia), además de muy ocupado. Por ello supuse que, como mucho y con suerte, me enviaría mediante el fax un lacónico Sí o No.
Me ha sorprendido del todo, no sólo por el medio, también sus explicaciones y mas aún que no supiera a qué debía responder. Yo, de momento, sólo le habría hecho una propuesta que, en el caso de resultar positiva, se traduciría en una aportación a su paladar (unas recetas de cocina, un vino…, ¿recuerda?); todo ello con el ánimo de compensar su generosa atención hacia mí. Debería estar cumpliendo ya con mi compromiso, pero ahora no puedo centrarme en contarle, pormenorizadamente, los secretos de mi «empanada de bonito en hojaldre» y mi «ensalada de naranjas con ajo». Usted no me recuerda cocinera, al contrario, pero gracias a usted lo soy. ¡En tantos aspectos ha sido usted el hombre de mi vida! Quisiera enviarle unas botellas de vino blanco del Empordá que mi familia elabora, está de moda lo de meterse en negocios de vino. Necesitaré que me indique si puedo hacérselo llegar a su despacho ¿Sigue Biscuter con usted?¿Sabe que tiene una voz más cálida que la de antes?, también retórica, y un punto «suficiente»…, ¿en el Olimpo, todos los dioses hablan como usted? Todavía bajo los efectos de su llamada de ayer, es decir deslumbrada, en las nubes, nubes, nubes… (¡ojalá! pudiera sonar esto, como suena Alberti con sus olas, olas, olas…). Quedo en estado de gracia, vamos.