O C?sar o nada
– Es más listo que nosotros tres juntos. Una vez aprendí en un libro, cuando leía, que en estos tiempos de mudanza sólo vale la pena ser condotiero, cardenal, cortesano, filósofo, mago o mago filósofo o filósofo mago, comerciante, banquero, artista, mujer, ¡ah!, y príncipe. Pues bien, de César su padre quiere hacer un cardenal, incluso un papa, pero César en realidad es un condotiero, un cardenal, un filósofo mago que lee a Nicolás de Cusa, a Pico della Mirandola o a los herméticos seguidores de Marsilio Ficino y consulta los astros. Además es un príncipe. Tiene tanto dinero como un banquero y para ser el hombre total sólo le falta ser mujer.
Comprended que le venda mi alma.
No hay príncipe sin sicario, y yo soy y seré el principal sicario del príncipe. ¿Tú también, Ramiro?
Ramiro de Llorca abandona su talante huidizo para responderle:
– Tú serás un sicario humanista, por lo que veo y por lo que oigo. Palabras. Palabras. Palabras. ¿Y yo?
– Un sicario. Simplemente un sicario.
– "Sic debes assare porcum." Señalaba Joan Borja al animal tostado sobre la bandeja al tiempo que sobre él cernía el cuchillo para trocearlo y servirle una ración a Djem.
– No debías haberme dicho que era cerdo. Nosotros no podemos comer cerdo.
– Esta receta es del cocinero del papa Martín V, el restaurador de Roma como centro de la cristiandad, y supongo que aunque seas un infiel se te puede conceder una bula. Come cerdo.
– ¿Puede rechazar un plato de cerdo un infiel prisionero? ¿Qué es aquello que tan bien huele en aquella cazuela?
– Faisán con salsa de piñones y flor de almendro, aromatizado con canela. Y más allá tienes una menestra romana de hígados y pulmón de cabrito con leche de almendras y especias y perdices en escabeche con corteza de naranja. Es una noche excelente para cenar hasta reventar y no acercarse por casa.
Es tradición que el pueblo pueda saquear la casa del elegido papa, y no creo que los saqueadores nos tengan en gran estima.
– Te veo poco afectado por el nombramiento de tu padre.
– Si a él le place, a mí me place.
– ¿Vuestro Dios inspira el nombramiento de los papas?
– Eso dice la doctrina de la Iglesia.
– Tu padre, ¿cree en Dios?
Es desconcierto lo que nubla los ojos de Joan, aunque quiere ser indignación por lo que considera osadía.
– No te enfades. Es una pregunta basada en la observación de su conducta. Es un gran conocedor de las leyes de la Iglesia y de los poderes políticos, conoce como nadie las flaquezas de los nobles y cómo contentar o asustar a los de abajo. Pero pocas veces le he oído hablar de cosas de religión y se muestra tolerante con los judíos y curioso con el mahometismo.
– Mi padre es católico, apostólico y romano, especialmente devoto de la Virgen María, y sabe que las otras dos religiones monoteístas, la tuya y la de los marranos, son falsas. La de los marranos es falsa desde el momento mismo de la Crucifixión de Cristo y la vuestra es una religión fatalista que no cree en la libertad del hombre, aceptáis la esclavitud siempre que el esclavo no sea mahometano, vuestras sanciones eternas son pueriles y os lanzáis a guerras santas para destruir la cristiandad.
– Todas las religiones tienen sus guerras santas. Estoy demasiado gordo para pensar, Joan, pero hay muchas formas de esclavitud y vosotros los cristianos tratáis como esclavos a vuestros prisioneros, a vuestros miserables, sean de vuestra religión o no lo sean. En cuanto a lo que tú llamas nuestras sanciones eternas y dices que son pueriles, a mí no me lo parece. El Corán dice, que cuando morimos, permanecemos "en la embriaguez de la muerte" hasta el día de la resurrección y el Juicio Final. ¿Se puede pedir más que una embriaguez perpetua? ¿Dónde esperáis vosotros el Juicio Final? En lugares horribles como el Purgatorio o el Infierno o en un sitio estúpido como el Limbo. De lo que estoy seguro es de que tu padre nunca irá al Limbo. Pero ¿qué te ha llevado a esta fiesta en la que tú estás disfrazado de turco y yo no? Yo soy turco, Joan.
– A todos los Borja nos gusta disfrazarnos y César va perpetuamente disfrazado. Creo que en España no me dejarán disfrazarme de infiel. Están expulsando a los judíos y acogotan a los mahometanos vencidos. Mi futura mujer es una joven vieja, prima de los reyes de España e hija del Gran Almirante de Castilla. Nos casaremos en Barcelona y los reyes de España serán nuestros padrinos. Me han dicho que María Enríquez duerme con armadura para que no la violen ni en sueños. "Bebamus atque amemus, mea Lesbia." Dio palmadas Joan Borja y los criados corrieron las cortinas para que se deslizaran como siluetas primero bidimensionales las bailarinas vestidas según las convenciones orientales.
– ¿Son turcas? -preguntó Djem.
– No. Creo que son de la Puglia, y cuando no llueve en el sur las muchachas suben a Roma o más al norte para ganarse la comida.
¿Recuerdas estas danzas?
Y bajo el imperativo gesto del anfitrión y el arrastrado sonido de los músicos, las muchachas empezaron a contonearse y a mirar unas veces al este y otras al oeste, sin otra obsesión que convertir su ombligo en el centro de sus contorsiones. Era ataque de risa lo que se había apoderado del príncipe Djem, lo que no le impedía comer a dos carrillos con las manos llenas de las más diversas carnes desgajadas por los dedos ansiosos. No comía Joan, sino que, provisto de una jarra de cobre llena de vino, bebía y se cimbreaba junto a las bailarinas y trataba de imitar sus gestos para hilaridad creciente de Djem. Tanto bebía Joan como comía Djem, y se levantó el turco real para buscar la baranda que daba al jardín y más allá a Roma con el lucerío desperdigado bajo la noche. Vomitó Djem tratando de que lo que salía de su boca no manchara la baranda y fuera a parar al jardín presentido entre las sombras. A su espalda las bailarinas y Joan componían sombras chinescas y la amargura del vómito le provocaba más vómito. Repitió dos veces más las arcadas, se secó las lágrimas y se recreó en la contemplación de las sombras del baile.
Y hubo rencor cuando dijo:
– Alá es el más grande y su alfanje rebanará vuestras cabezas.
Hay que matar a los infieles allá donde se hallen.
Pero hay una sombra en el jardín y poco a poco se concreta en la figura de un muchacho sin otro vestuario que un taparrabos ceñido con una cinta de oro.
– ¿Qué haces ahí? ¿Me espiabas?
– Me ha dicho el señor Joan que viniera a hacerle compañía. Me ha dicho que a usted no le gustan las bailarinas, que prefiere los bailarines.
Ya es cariño lo que la mirada de Djem reparte por las apenumbradas formas del muchacho.
– ¿Eres un buen bailarín?
De rodillas cardenales y nobles, Orsini, Della Rovere, Colonna, Medicis, Sforza, Campofregoso, nombres que Rodrigo va mencionando a medida que le besan la mano, como si hiciera el inventario de los vencidos. Los gestos de Rodrigo se han vuelto más solemnes y da la espalda a los que le homenajean para subir tres escalones y quedar a un nivel superior.
Desde su nueva estatura les ordena que se levanten y se santigua, provocando la mimesis del gesto y un murmullo que se corta cuando habla el papa.
– Os agradezco que hayáis venido a mi casa para ratificar vuestra adhesión. Burcardo prepara el protocolo adecuado para la ceremonia de la coronación y Dios está con mi alegría y con la vuestra para mayor esplendor de la Iglesia. No es el momento de deciros cuán ambicioso será mi pontificado, pero sí quiero hacerme eco de lo que ya es profecía: de la fuerza del Vaticano depende el futuro de la cristiandad, y pasaron aquellos tiempos de debilidad en los que había que pactar con los poderes temporales.
El papado es un poder espiritual y ha de ser un poder temporal respetado. Desde esta fuerza cumpliré el deseo de mi tío, Calixto Iii, e impulsaré una Santa Cruzada contra el Turco, también la cristianización de los nuevos mundos conocidos o por conocer. La con quista de Granada por parte de los reyes de Castilla y Aragón significa la derrota del infiel en España ocho siglos después de la invasión. Es un motivo de gozo y una premonición. Id a prepararos para mi investidura. Os comunico que me haré llamar Alejandro Vi por el orden sucesorio que me impone la existencia de cinco papas que Alejandro se llamaron.
Salieron mansamente los que habían expresado su inquebrantable adhesión, mientras Burcardo examinaba con mil ojos cuanto los rodeaba, según su costumbre, y cuando quedaron a solas el papa y el maestro de ceremonias, Rodrigo le preguntó:
– ¿Qué se dice, Burcardo?
– Que ha habido simonía.
– ¿Simonía? Me he limitado a repartir mi dinero entre los pobres. Los cardenales suelen ser los más pobres hijos de familias ricas, pero pobres al fin y al cabo.
– Respetuosamente, mi consejo sería que repensara el nombre de Alejandro, habida cuenta de la escasa relevancia de los papas que así se llamaron.
– Alejandro Ii plantó cara a un emperador, Alejandro Iii se opuso a otro emperador y nada menos que a Federico Barbarroja. ¿No estamos en un momento en que hay que plantar cara a los soberanos de España y Francia?
– Nadie se acuerda de esos papas, y existe el referente peligroso de la grandeza de Alejandro el Magno.
– ¿Qué mal tiene ese referente?
Se cuenta que los Borja somos descendientes indirectos de los amores de Julio César con una tarraconense, y después de Alejandro ha sido Julio César el más grande caudillo de la Historia.
Se le puso el peor ceño a Burcardo al ver cómo Adriana del Milá entraba en la estancia y se retiró sin darle otra acogida que un arqueo de cejas.
– Este Burcardo no soporta el olor de las mujeres. No quiero entretenerte, pero no podía dejar de venir a abrazarte. Rodrigo, ¡por fin!
Se abrazan y hay ternura en los ojos de Rodrigo hasta que llora.
– Es un triunfo de nuestra familia, Adrianeta. Si mi madre viviera este momento, cuán temerosa estaba de nuestro futuro cuando nos dejó ir a Roma bajo la protección del "oncle"
Alfons. También a tu padre, mi primo. Tú eres una Borja, Adriana, más incluso que muchos Borja de la rama directa. Tú eres sobrina nieta del "oncle" Alfons, de su santidad Calixto Iii. Conoces la lucha de los Milá codo con codo con los Borja.
– Asómate a la ventana, Rodrigo.
– No es prudente.
– Asómate y prolonga tu vista hasta aquel grupo de muchachas que camina a lo largo del Tíber.