Una muerte inmortal
– Descuide. -Feeney sacó su comunicador-. Si utili?zó algún tipo de servicio privado de transporte, lo averi?guaremos en un par de horas.
– Perfecto. Y veamos si hizo el trayecto sola o si iba acompañada.
El ZigZag tenía poca clientela a mediodía. Vivía de la noche. El público diurno consistía en turistas o en pro?fesionales urbanos a quienes no importaba mucho si la decoración era cursi y el servicio huraño. El club parecía un parque de atracciones que resplandecía de noche pero mostraba su edad y sus defectos a la dura luz del día. Con todo, conservaba esa mística latente que atraía a multitud de noctámbulos.
El ronroneo musical de fondo alcanzaría un volu?men ensordecedor tras la puesta de sol. La estructura de dos niveles estaba dominada por cinco barras y dos pis?tas de baile giratorias que empezaban a moverse a las nueve de la noche. Ahora estaban quietas, y los suelos mostraban los arañazos de los pies danzarines.
La oferta de comida consistía en emparedados y en?saladas, bautizados todos con nombres de rockeros muertos. El especial del día era de mantequilla de ca?cahuete y plátano con aderezo de cebolla y jalapeños. El combinado Elvis amp; Joplin.
Eve y Feeney se acodaron en la primera barra, pidie?ron café solo y estudiaron a la camarera. En contra de lo habitual, no era androide sino humana. De hecho, Eve no había visto ningún androide en el club.
– ¿Trabaja alguna vez en el turno de noche? -le pre?guntó Eve.
– No. Sólo de día. -La camarera dejó el café sobre la barra. Era del tipo alegre, cuadraba más con una presen?tadora de una cadena de alimentos de régimen que sir?viendo bebidas en un club nocturno.
– ¿Quién hay de diez a tres que se fije en la gente?
– Aquí nadie se fija en la gente, si puede evitarlo.
Eve sacó su placa y la dejó sobre la barra:
– ¿Cree que esto le refrescaría la memoria a alguien?
– No lo sé. -Se encogió de hombros, despreocupa?da-. Mire, éste es un local limpio. Tengo un crío en casa, razón por la cual trabajo de día y fui muy quisquillosa a la hora de buscarme un empleo. Hice muchas averigua?ciones antes de decidirme por este sitio. Dennis dirige un club tranquilo, y es por eso que los camareros tienen pulso y no chips. A veces la cosa se desmanda, pero él sabe cómo controlar la situación.
– ¿Quién es ese Dennis y dónde puedo encontrarle?
– Su despacho está arriba a la derecha subiendo las es?caleras, detrás de la primera barra. Él es el dueño de esto.
– Oiga, Dallas. ¿Y si aprovechamos para comer algo? -se quejó Feeney echando a andar detrás de ella-. El Mick Jagger parecía bastante prometedor.
– No sea pesado.
La barra del segundo nivel no estaba abierta, pero al?guien había avisado a Dennis. Un panel de espejo se des?corrió y apareció él, delgado y de rasgos parejos con pe?rilla pelirroja y el pelo negrísimo cortado a lo monje.
– Bienvenidos a ZigZag, agentes. -Su voz era queda como un susurro-. ¿Hay algún problema?
– Necesitamos su ayuda y su cooperación, señor…
– Dennis, a secas. Demasiados nombres es un engo?rro. -Les hizo pasar. El ambiente de parque de atraccio?nes terminaba en el umbral. La oficina era espartana, ae?rodinámica y silenciosa como una iglesia-. Mi santuario -dijo, consciente del contraste-. No se pueden disfrutar ni apreciar los placeres del ruido y la humanidad dan?zante a menos que uno experimente lo contrario. Siéntense, por favor.
Eve probó una silla de aspecto severo y respaldo recto mientras Feeney se acomodaba en otra.
– Estamos tratando de verificar los movimientos de una de sus clientes.
– ¿Motivo?
– Razones oficiales.
– Ya. -Dennis estaba detrás de una plancha de plásti?co brillante que le servía de escritorio-. ¿Día y hora?
– Anoche, entre las once y la una.
– Abrir pantalla. -Una sección de la pared dejó ver un monitor-. Reproducir escáner de seguridad, empezar a las once de la noche.
El monitor, y la habitación, explotaron de sonido, color y movimiento. Por un momento, Eve quedó des?lumbrada. Era una vista general del club en su momento álgido. Una vista bastante señorial, pensó Eve, como si el espectador planeara tranquilamente sobre las cabezas de la clientela.
Le iba a Dennis como anillo al dedo.
El dueño sonrió, evaluando la reacción de ella.
– Borrar audio. -Se hizo el silencio.
Ahora los movimientos parecían de otro mundo. La gente bailaba sobre las pistas giratorias con la cara ilumi?nada por los focos, que captaban expresiones intensas, alegres, feroces. En una esquina discutía una pareja, y a juzgar por el juego de sus cuerpos, estaba claro que la cosa iba en aumento. En otra esquina se producía un ri?tual de emparejamiento con miradas conmovedoras y toquetees íntimos.
Entonces divisó a Mavis. Sola.
– ¿Puede ampliar? -Eve se puso en pie y clavó un dedo en el centro de la imagen.
– Por supuesto.
Ella vio cómo Mavis se hacía más grande y se apro?ximaba. Según la hora que mostraba el monitor, eran las once y cuarenta y cinco. Mavis tenía ya un ojo morado. Y al volver la cabeza para sacarse de encima a un preten?diente, pudieron verse los arañazos en el cuello. Pero no en la cara, advirtió Eve con aprensión. El vestido azul oscuro que llevaba tenía un pequeño rasgón en el hom?bro, pero nada más.
Vio cómo Mavis ahuyentaba a otro par de hombres y luego a una mujer. Apurando su copa, dejó el vaso junto a otros dos ya vacíos sobre la mesa. Se tambaleó un poco al levantarse, recuperó el equilibrio y con la exagerada dignidad de quien lo está pasando realmente mal, se abrió paso a codazos entre la multitud.
Eran las doce y dieciocho minutos.
– ¿Es eso lo que estaba buscando?
– Más o menos.
– Desconectar vídeo. -Dennis sonrió-. La mujer en cuestión viene de vez en cuando. Normalmente es más sociable, le gusta bailar. A veces, incluso canta. Yo creo que tiene un talento especial. ¿Necesita su nombre?
– Sé quién es.
– Bien. -Se puso en pie-. Espero que la señorita Freestone no esté metida en un lío. Se la veía triste.
– Puedo conseguir una orden para hacer una copia de este disco, o usted puede entregármelo sin más.
Dennis levantó una ceja pelirroja:
– Será un placer hacerle una copia. Ordenador, co?piar disco y etiqueta. ¿Alguna cosa más?
– De momento, no. -Eve cogió el disco y se lo guar?dó en su bolso-. Gracias por su cooperación.
– La cooperación es la salsa de la vida -dijo Dennis mientras el panel se cerraba a sus espaldas.
– Un tipo raro -decidió Feeney.
– Y eficiente. Sabe una cosa, Mavis pudo haberse me?tido en una bronca yendo de bar en bar. Pudo haberse arañado la cara o salido con el vestido roto.
– Sí. -Resuelto a comer, se detuvo ante una mesa y pidió un Jagger-. Debería introducir algo en su organis?mo, Dallas, aparte de problemas y trabajo.
– Estoy bien. No sé mucho de clubes nocturnos, pero si ella tenía pensado ver a Leonardo, tuvo que ir ha?cia el sur y el este al salir de aquí. Veamos cuál pudo ser su siguiente parada.
– Bueno. Espere un momento. -Finalmente, su pedi?do salió por la ranura de servicio. Feeney separó el en?voltorio transparente y dio el primer mordisco cuando ya montaban al coche-. Está muy rico. Siempre me gus?tó Mick Jagger.
Eve estaba solicitando un mapa cuando sonó el enla?ce de su vehículo, indicando una transmisión exterior.
– El informe del laboratorio -dijo ella, concentrán?dose en la pantalla-. Oh, maldición.
– Dallas, esto se complica. -Sin más apetito, él se me?tió el emparedado en el bolsillo. Ambos guardaron si?lencio.
El informe era muy claro. De Mavis y solo de Mavis era la piel que había bajo las uñas de la víctima. De Mavis y sólo de ella las huellas en el arma homicida. Y su san?gre, y la de nadie más, la que estaba mezclada con la de Pandora en la escena del crimen.