Una muerte inmortal
– Le debes algo. -Ella dejó el plato vacío a un lado-. Lo comprendo. Está bien.
– No es eso. Yo le debía un favor y se lo devolví. Él también me debe favores. Después que mi padre acabara como acabó, nos hicimos socios. No diré que él me cria?ra, pues yo cuidaba de mí mismo, pero me dio lo que po?dría considerarse una familia. Yo quería a Marlene.
– La hija. -Sacudió la cabeza para hacerse a la idea-. Lo había olvidado. Es difícil imaginar a ese tipejo como padre de nadie. ¿Dónde está ella?
– Murió. Tenía catorce años, y yo dieciséis. Había?mos estado juntos cerca de seis años. Uno de mis pro?yectos llegó a oídos de un pequeño y especialmente vio?lento sindicato. Creían que yo estaba metiéndome en su territorio, mientras que yo creía estar labrándome uno propio. Me amenazaron. Fui lo bastante altivo para ha?cer caso omiso. Un par de veces trataron de darme una lección, de hacer que los respetara, supongo. Pero a mí era difícil atraparme. Además, estaba empezando a tener cierto prestigio. Incluso ganaba dinero. Lo suficien?te como para comprar entre los dos un piso pequeño y decente. Y a todo eso, Marlene se enamoró de mí.
Hizo una pausa y se miró las manos, recordando, la?mentando.
– Yo le tenía mucho afecto, pero no amor. Marlene era guapa e increíblemente inocente, pese a la vida que llevábamos. Yo no pensaba en ella románticamente, sa?bes, sino como un hombre (porque ya era un hombre) podría pensar en una obra de arte: platónicamente. Nada de sexo. Ella pensaba de otro modo, y una noche entró en mi cuarto y con dulzura se me ofreció. Yo me quedé perplejo, furioso y aterrorizado. Porque era un hombre y, por tanto, me sentía tentado.
Volvió a mirar a Eve.
– Fui cruel con ella. Estaba destrozada porque yo la rechacé. Ella era una niña y yo la hice sufrir. Jamás he podido olvidar la forma en que me miró. Ella confiaba en mí y yo, por hacer lo correcto, la traicioné.
– Como yo he traicionado a Mavis.
– Como tú crees haberla traicionado. Pero hay más. Ella se fue de casa aquella noche. Summerset y yo no lo supimos hasta el día siguiente, cuando los hombres que me buscaban nos avisaron de que la tenían. Nos devol?vieron la ropa que llevaba aquel día, y estaba manchada de sangre. Por primera y última vez en mi vida vi a Sum?merset incapaz de actuar. Yo habría dado cualquier cosa que ellos me hubieran pedido, habría hecho cualquier cosa. Me habría cambiado por ella sin dudarlo. Igual que tú, si pudieras, cambiarías tu sitio con Mavis.
– Sí. Haría cualquier cosa.
– A veces las cosas suceden demasiado tarde. Me puse en contacto con ellos, les dije que negociaría, im?ploré que no le hicieran daño. Pero ellos ya se lo habían hecho. La habían violado y torturado, a aquella encanta?dora muchacha de catorce años que había disfrutado de la vida y que empezaba a sentirse una mujer. A las pocas horas de aquel primer contacto, su cuerpo fue dejado a la puerta de mi casa. La habían utilizado como medio para obtener algo, para ponerle los puntos sobre las íes a un rival, a un advenedizo. Y yo ya no podía hacer nada para cambiar las cosas.
– No fue culpa tuya. -Alargó el brazo para cogerle las manos-. Lo siento. De veras, pero no fue tu culpa.
– No; es verdad. Tardé años en convencerme de eso, en comprender y aceptar. Summerset nunca me culpó. Podría haberlo hecho. Ella era su vida y había sufrido y muerto por mí. Pero él jamás me culpó de nada.
Eve suspiró y cerró los ojos. Sabía lo que Roarke le estaba diciendo al repetir una historia que para él debía ser una pesadilla.
– No pudiste evitar lo que pasó. Sólo podías controlar lo que pasó después, igual que yo sólo puedo hacer todo lo posible para encontrar las respuestas. -Cansinamente, volvió a abrir los ojos-. ¿Qué pasó luego, Roarke?
– Perseguí a los hombres que lo habían hecho y los maté, uno a uno, del modo más lento y más doloroso que pude concebir. -Sonrió-. Cada cual tiene su propio método de encontrar soluciones justas, Eve.
– Erigirse uno mismo en juez no es justicia, Roarke.
– Para ti no. Pero tú encontrarás la solución justa para Mavis. Nadie lo duda.
– No puedo dejar que se someta a un tribunal. -La cabeza le pesaba-. He de encontrar… Necesito ir a… -Ni siquiera pudo llevarse el brazo hasta la cabeza-. Maldita sea, Roarke, me has dado un sedante.
– Duérmete -murmuró él y dulcemente le desabro?chó la pistolera y la dejó a un lado-. Ahora duerme.
Eso hizo, pero incluso los sueños no la dejaron en paz.
Capitulo Ocho
No despertó muy animada pero sí sola, lo cual había sido un hábil movimiento por parte de él, aunque Eve no se recobró sonriendo. El sedante no tenía efectos se?cundarios, lo que convertía a Roarke en un hombre afortunado. Eve despertó sintiéndose alerta, fresca y en?fadada.
El aviso electrónico que despedía una luz roja sobre su mesita de noche no mejoró las cosas. Ni tampoco el oír la suave voz de él cuando lo conectó.
– Buenos días, teniente. Espero que hayas dormido bien. Si estás levantada antes de las ocho, me encontrarás en el rincón del desayuno. No quería molestarte hacien?do subir las cosas. Se te veía muy apacible.
– No por mucho tiempo -dijo ella entre dientes.
Luego consiguió ducharse, vestirse y ajustarse el arma en sólo diez minutos.
El rincón del desayuno; como él lo llamaba, era un enorme y soleado atrio contiguo a la cocina. Además de Roarke, estaba también Mavis. Ambos parecían radiantes.
– Vamos a dejar un par de cosas claras, Roarke -dijo Eve.
– Te ha vuelto el color. -Satisfecho de sí mismo, se levantó y le dio un beso en la punta de la nariz-. Ese matiz gris que tenías en la cara no te quedaba nada bien.
– Luego gruñó cuando ella le soltó un puñetazo al es?tómago. Se aclaró la garganta valientemente-. Parece que tu nivel energético también se ha recuperado… ¿Café?
– Que quede claro que si alguna vez intentas otro truco como el de anoche, te… -Miró a Mavis entrece?rrando los ojos-. ¿Tú de qué te ríes?
– Me divierte mirar. Estáis tan pendientes el uno del otro.
– Tanto que él acabará tumbado en el suelo si no se anda con cuidado… Tienes… buen aspecto.
– Así es. Lloré a mares, me comí una bolsa de bom?bones suizos y luego dejé de compadecerme. Tengo al poli número uno de la ciudad trabajando de mi lado, el mejor equipo de abogados que un multimillonario pueda comprar, y un hombre que me ama. Ves, me fi?guro que cuando todo esto termine, y sé que saldrá bien, podré recordarlo como una especie de aventura. Y gracias a toda la publicidad de los media mi carrera despegará.
Cogió la mano de Eve y la hizo sentar en un banco acolchado.
– Ya no tengo miedo. '
No queriendo tomar sus palabras al pie de la letra, Eve la miró a los ojos.
– Veo que no. Estás realmente bien.
– Estoy bien ahora. He pensado en ello una y otra vez. En el fondo, es todo muy sencillo. Yo no la maté. Sé que tú descubrirás quién lo hizo y después todo habrá acaba?do. De momento puedo vivir en una casa increíble y co?mer manjares increíbles. -Dio un mordisco a un crepé-. Y mi cara y mi nombre salen a toda hora en los media.
– Bueno, es una manera de ver las cosas. -Intranquila, Eve fue a programarse café-. Mavis, no quiero preo?cuparte, pero no creas que esto será un paseo por el parque.
– No soy tonta, Dallas.
– Yo no…
– ¿Piensas que no soy consciente de lo que podría pasar si la cosa saliera mal? Lo soy, pero no creo que eso vaya a suceder. A partir de ahora soy optimista y voy a hacerte ese favor que me pediste ayer.
– De acuerdo. Tenemos mucho que hacer. Quiero que te concentres, que intentes recordar detalles. Cual?quier cosa, no importa lo pequeña o insignificante que… ¿Qué es esto? -inquirió mientras Roarke le ponía un bowl delante.
– Tu desayuno.
– ¿Copos de avena?