Una muerte inmortal
– Exactamente.
Eve frunció el entrecejo.
– ¿Por qué no puedo tomar crepés?
– Sí puedes, pero primero cómete los copos.
Enfurruñada, Eve tragó una cucharada:
– Tú y yo vamos a hablar muy en serio.
– Formáis una pareja estupenda, chicos. Me alegro mucho de haber tenido ocasión de comprobarlo. No es que pensara que no lo fuerais, pero me intrigaba que Dallas hubiera acabado con un, ricacho. -Miró a Roarke radiante.
– Los amigos están para eso.
– Sí, claro, pero es increíble cómo consigues pararle los pies. Eres el primero que lo hace.
– Cállate, Mavis. Piensa lo que quieras, pero es mejor que no me digas nada hasta que tus abogados lo aprueben.
– Lo mismo me han aconsejado ellos. Imagino que será como cuando quieres recordar un nombre o dónde has puesto alguna cosa. Lo dejas correr, te pones a hacer algo y, zas, te salta a la cabeza. Conque ahora estoy pen?sando en otras cosas, y la más importante es la boda. Leo?nardo me dijo que pronto tendrías que hacer la primera prueba del vestido.
– ¿Leonardo? -Eve casi brincó de la silla-. ¿Has ha?blado con él?
– Los abogados han dado el visto bueno. Ellos creen que es bueno para nosotros reanudar nuestra relación. Añade un toque romántico cara a la opinión pública. -Apoyó un codo en la mesa y se puso a juguetear con los tres pendientes con que había adornado su oreja iz?quierda-. Sabes, han desistido de las pruebas de detec?ción e hipnosis porque no están seguros de lo que podría recordar. En general me creen, pero no quieren arries?garse. Pero dijeron que ver a Leonardo me vendría bien. Así que hemos de organizar esa prueba.
– Ahora no tengo tiempo para pensar en eso. Por Dios, Mavis, ¿crees que estoy para vestidos y florile?gios? No voy a casarme hasta que sé arregle todo esto. Roarke lo entiende.
Él cogió un cigarrillo y se lo miró.
– No, él no lo entiende.
– Escucha…
– No, escucha tú. -Mavis se puso en pie; su pelo azul brilló a la luz del día-. No voy a dejar que esto estropee algo tan importante para mí. Pandora hizo cuanto pudo para joderme la vida. Y muriéndose empeoró las cosas. No quiero que me joda esto. Los planes siguen en pie, comprendes, y será mejor que te busques un hueco para hacer esa prueba.
Eve no podía discutir, menos aún viendo que Mavis estaba al borde del llanto.
– De acuerdo, está bien. Me probaré ese estúpido vestido.
– De estúpido, nada. Será un vestido sensacional.
– A eso me refería.
– Mejor. -Mavis sorbió por la nariz y se sentó-. ¿Cuándo puedo decirle que iremos?
– Es mucho mejor para tu caso, y tus lujosos aboga?dos me respaldarían, si a ti y a mí no nos ven juntas por ahí: el primer investigador y la defendida. No me parece buena idea.
– Quieres decir que no… Está bien, no iremos juntas por ahí. Leonardo puede trabajar en esta casa. A Roarke no le importa, ¿verdad?
– Todo lo contrario. -Dio una calada a su cigarrillo-. Creo que es una solución perfecta.
– Felices y en familia -masculló Eve-. El primer in?vestigador, la defendida y el inquilino de la escena del crimen, que además es el ex amante de la víctima y el ac?tual de la defendida. ¿Os habéis vuelto locos?
– ¿Quién lo va a saber? Roarke tiene un excelente sistema de seguridad. Y si hay la menor posibilidad de que las cosas salgan mal, quiero pasar todo el tiempo que pueda con Leonardo. -Mavis hizo sus pucheros-. Estoy decidida.
– Haré que Summerset disponga un espacio para tra?bajar.
– Gracias. Te lo agradecemos mucho.
– Mientras vosotros orquestáis esta locura de fiesta, yo tengo un asesinato que resolver.
Roarke guiñó el ojo a Mavis y gritó a Eve, cuando ésta salía hecha una fiera:
– ¿Y tu crepé?
– Cómetelo tú.
– Está loca por ti -comentó Mavis.
– Su forma de hacer las paces es casi violenta. ¿Quie?res otro crepé?
Mavis se palpó el abdomen:
– ¿Por qué no?
Dar un rodeo por la Novena y la Cincuenta y seis causa?ba estragos en la circulación. Peatones y conductores ig?noraban por igual las leyes de contaminación sonora y gritaban o hacían sonar el claxon dando rienda suelta a su frustración. Eve habría subido las ventanillas para atajar el estrépito, pero sus controles de temperatura es?taban de nuevo estropeados.
Para hacerlo más divertido, la madre naturaleza ha?bía decidido castigar a Nueva York con una humedad del 110 por ciento. Para pasar el rato, Eve observó cómo se elevaban del asfalto las oleadas de calor. A ese paso, en pocas horas más de un chip se iba a quedar frito.
Pensó en ir por aire, aunque su panel de control pa?recía haber desarrollado una mente propia. Algunos conductores habían empezado ya a hacerlo. El tráfico aéreo reptaba lánguidamente. Un par de helicópteros monoplaza trataban de salir del atasco no haciendo sino aumentar el caos con el zumbido de abeja de sus palas.
Eve contuvo la risa al ver la pegatina i love new york en el parachoques de un coche.
Lo más cuerdo, pensó, sería aprovechar el atasco para trabajar un poco.
– Peabody -ordenó al enlace, y tras unos frustrantes silbidos de interferencia el aparato se puso en funciona?miento.
– Aquí Peabody. Homicidios.
– Dallas. Pasaré a recogerla por la Central, esquina oeste. Hora aproximada de llegada, quince minutos.
– Sí, señor.
– Traiga los archivos referentes a los casos Johannsen y Pandora, y… -Miró bizqueando a la pantalla-. ¿Por qué hay tanto silencio ahí, Peabody? ¿No estará en el ca?labozo?
– Esta mañana sólo hemos llegado dos o tres. Hay un atasco del demonio en la Novena.
Eve escrutó el mar de tráfico.
– ¿Lo dice en serio?
– Es conveniente escuchar el parte del tráfico -aña?dió-. Yo he tomado una ruta alternativa.
– Cállese, Peabody -murmuró Eve, interrumpiendo la transmisión.
Los dos minutos siguientes los empleó en recuperar mensajes del enlace de su despacho y concertar una cita en la oficina de Paul Redford. Llamó al laboratorio para que se dieran prisa con el informe de Pandora, y al ver que le daban largas se despidió con una ingeniosa amenaza.
Estaba pensando en llamar a Feeney y darle la lata cuando vio una brecha entre la pared de coches. Se lanzó hacia allá, torció a la izquierda, esquivó vehículos, ha?ciendo caso omiso de bocinazos y dedos levantados. Re?zando para que su vehículo cooperara, pulsó el vertical. En vez de elevarse, el coche empezó a hacer eses, pero consiguió subir los tres metros mínimos.
Luego torció a la derecha, recorrió a toda velocidad un deslizador donde pudo ver rostros miserables y su?dorosos, y enfiló la Séptima mientras su panel de control le advertía de una sobrecarga. Cinco manzanas después, el coche estaba resollando, pero Eve había evitado lo peor del embotellamiento. Tocó tierra con un golpe estremecedor y giró hacia la entrada oeste de la Central de Policía.
La cumplidora Peabody estaba, esperando. Cómo hacía para tener aquel aspecto imperturbable en su sofo?cante uniforme azul, era algo que Eve no pretendía sa?ber.
– Su coche parece un poco tocado, teniente -comen?tó Peabody al subir.
– ¿En serio? No lo había notado.
– Usted también lo parece un poco, señor. -Cuando Eve se limitó a enseñar los dientes y a cortar por la Quinta hacia el centro, Peabody buscó en su equipo, sacó un ventilador portátil y lo aplicó al salpicadero. La ráfaga de aire fresco casi hizo gemir a Eve.
– Gracias.
– El control térmico de este modelo no es fiable. -El rostro de Peabody permaneció tranquilo y suave-. Aun?que usted tal vez no lo haya notado.
– Tiene una lengua muy aguda, Peabody. Eso me gusta de usted. Hágame un resumen de Johannsen.
– El laboratorio sigue teniendo problemas con los elementos que componen el polvo que encontramos. Contestan con evasivas. No sabemos si han terminado de analizar la fórmula. Según el soplo que me ha dado un contacto, Ilegales ha exigido prioridad, o sea que hay un poco de politiqueo. La segunda búsqueda no registró ningún rastro de sustancias químicas, ilegales o de las otras, en el cuerpo de la víctima.