Una muerte inmortal
– Excepción hecha de los casos que ya estén siendo investigados por otro departamento. -Eve se obligó a respirar hondo-. Mi informe sobre el particular estará listo en una hora.
– Las excepciones no son automáticas, teniente. -El capitán de Ilegales juntó las yemas de los dedos-. Una cosa está clara, Homicidios no tiene gente, experiencia ni infraestructura para investigar un desconocido. Ilega?les sí. Y nos parece que escamotear datos a nuestro de?partamento no es cooperar.
– Su departamento y el teniente Casto recibirán sen?das copias cuando el informe esté terminado. Estos ca?sos son míos…
Whitney levantó una mano a tiempo.
– La teniente Dallas es primer investigador. Aunque estos casos tengan que ver con sustancias ilegales, no dejan de ser homicidios, que es lo que ella está investi?gando.
– Con todos los respetos, comandante. -Casto ate?nuó la sonrisa-, todo el mundo sabe que usted apoya a la teniente, y razón no le falta, dado su historial. Si pe?dimos esta entrevista con el jefe Tibble fue para esta?blecer un juicio justo sobre prioridades. Yo tengo más contactos en la calle, y estoy relacionado con comer?ciantes y distribuidores de sustancias. Trabajando extraoficialmente, he conseguido acceso a fábricas, destilerías y laboratorios, cosa que la teniente no. Añádase a eso que hay un sospechoso acusado del asesinato de Pandora.
– Que no tenía la menor conexión con Johannsen -terció Eve-. Fueron asesinados por la misma persona, jefe.
Tibble permaneció impasible, sin delatar su posible decisión.
– ¿Es eso una opinión suya, teniente?
– Mi dictamen profesional, señor, que intento de?mostrar en mi informe.
– Jefe, no es ningún secreto que la teniente Dallas tie?ne un interés personal en el sospechoso. -El capitán habló pausadamente-. Sería lógico que ella tratara de enmasca?rar el caso. ¿Cómo puede dictaminar con objetividad cuando el sospechoso es una de sus mejores amigas?
Tibble levantó un dedo para refrenar el furor de Eve.
– ¿Su opinión, comandante Whitney?
– Confío por entero en el dictamen de la teniente Dallas. Sabrá hacer su trabajo.
– Estoy de acuerdo. Capitán, no me gusta mucho la deslealtad. -La regañina era suave, pero la puntería le?tal-. Bien, ambos departamentos tienen razón en cuanto a la prioridad. Las excepciones no son automáticas, y nos enfrentamos a un elemento desconocido que al pa?recer está involucrado al menos en dos muertes. Ambos tenientes, Dallas y Casto, tienen un historial ejemplar, y tengo entendido que los dos son más que competentes en su trabajo. ¿Está de acuerdo, comandante?
– Sí, señor, los dos son grandes policías.
– Entonces, sugiero que cooperen en lugar de jugar al gato y al ratón. La teniente Dallas conserva su condi?ción de primer investigador y, por tanto, tendrá al co?rriente de cualquier avance al teniente Casto y su depar?tamento. ¿Es todo, o he de cortar a un niño en dos como Salomón?
– Termine ese informe cuanto antes, Dallas -masculló Whitney mientras salían-. Y la próxima vez que sobor?ne a Dickie, hágalo mejor.
– Sí, comandante. -Eve miró la mano que le tocaba el brazo y vio a Casto a su lado.
– Tenía que intentarlo. Al capitán le encantan los partidos emocionantes.
A Eve no se le escapó la alusión al béisbol.
– No importa, ya que soy yo la que está bateando. Le pasaré mi informe, Casto.
– Gracias. Yo iré a husmear por la calle. De momen?to, nadie sabe nada de una nueva mezcla. Pero este asun?to extraplanetario podría dar pie a algo. Conozco a un par de tipos en Aduanas que me deben favores.
Eve dudó, pero finalmente decidió que era la hora de tomarse en serio la cooperación.
– Pruebe con Stellar Five. Pandora regresó de allí un par de días antes de morir. Todavía tengo que compro?bar si hizo algún alto en el camino.
– Bien. Téngame al corriente. -Casto sonrió y la mano que seguía en el brazo de ella bajó hasta su cintu?ra-. Tengo la sensación, ahora que hemos ventilado nuestras diferencias, que formaremos un equipo cojo-nudo. Aclarar este caso va a venir muy bien a nuestros respectivos historiales.
– Me interesa más encontrar al asesino que el efecto que eso pueda tener en mi estatus profesional.
– Eh, la justicia lo primero, que quede claro. -Su ho?yuelo tembló-. Pero no me echaré a llorar si mis esfuer?zos acercaran mi sueldo al de un capitán. ¿Me guarda rencor?
– No. Yo habría hecho lo mismo.
– Bien. Puede que me pase un día de éstos a tomar un poco de ese café. -Le dio un apretón a la muñeca-. Ah, Eve, espero que su amiga sea inocente. Lo digo en serio.
– Lo demostraré. -Él se había alejado ya un par de zancadas cuando ella vio que no podía aguantarse-. ¿Casto?
– ¿Sí, muñeca?
– ¿Qué le ofreció?
– ¿Al tonto de Dickie? -Su sonrisa fue tan grande como todo Oklahoma-. Una caja de escocés puro. Se lanzó sobre ella como una rana a una mosca. -Casto sacó su lengua para ilustrarlo y guiñó de nuevo-. Nadie soborna mejor que un poli de Ilegales, teniente.
– Lo tendré en cuenta. -Eve se metió las manos en los bolsillos pero no pudo evitar sonreír-. Tiene estilo, eso no hay quien se lo quite.
– Y un trasero fenomenal -dijo Peabody antes de que pudiera callárselo-. Sólo era un comentario.
– Con el cual estoy de acuerdo. Bueno, Peabody, esta vez hemos ganado la batalla. Veamos qué tal se nos da la guerra.
Cuando terminó de redactar el informe, Eve estaba casi bizca. Dejó libre a Peabody tan pronto las copias fueron transmitidas a todos los interesados. Luego pensó en cancelar su sesión con la psiquiatra, considerando todas las razones posibles para postergarla.
Pero llegó al despacho de la doctora Mira a la hora prevista y, una vez dentro, aspiró los conocidos aromas de té de hierbas y perfume vaporoso.
– Me alegro de que haya venido. -Mira cruzó sus piernas enfundadas en medias de seda. Se había cambia?do el peinado, advirtió Eve. Lo llevaba corto en vez de recogido en un moño. Los ojos sí eran los mismos, cla?ros, serenos y azules y repletos de entendimiento-. Tie?ne buen aspecto.
– Estoy bien.
– No entiendo cómo puede estarlo, con las cosas que están pasando en su vida. Profesional y personalmente. Debe de ser tremendamente difícil para usted que una amiga íntima sea acusada de un asesinato que usted está investigando. ¿Cómo lo lleva?
– Yo hago mi trabajo. Haciéndolo, demostraré la ino?cencia de Mavis y descubriré quién le tendió la trampa.
– ¿Se siente escindida en su lealtad?
– No, ahora que he reflexionado sobre ello. -Eve se frotó las manos en las perneras del pantalón. Las palmas húmedas eran un efecto secundario habitual de sus en?trevistas con Mira-. Si tuviera alguna duda, la más míni?ma duda de que Mavis es inocente, no sé muy bien qué haría. Pero como no es así, la respuesta está clara.
– Eso es un consuelo para usted.
– Podríamos decir que sí. Me sentiré más cómoda cuando haya cerrado el caso y ella quede libre. Supongo que estaba preocupada cuando concerté esta cita con us?ted. Pero ahora me siento mejor.
– Eso es importante: controlar la situación.
– No puedo hacer mi trabajo si no tengo la sensación de que la domino.
– ¿Y en cuanto a su vida personal?
– Bueno, a Roarke no hay quien le domine.
– Entonces ¿es él quién lleva las riendas?
– Si una le deja sí. -Eve rió-. Seguramente él diría lo mismo de mí. Imagino que los dos tratamos de llevar las riendas, pero al final vamos en la misma dirección. Él me quiere.
– Parece que eso le sorprende.
– Nadie me ha querido nunca. Al menos de este modo. Para alguna gente es muy fácil decirlo. Las pala?bras. Pero con Roarke no son sólo palabras. Él me cono?ce por dentro, y no me importa.
– ¿Debería importar?
– No lo sé. No siempre me gusta lo que veo, pero a él sí. O al menos lo comprende. -Y Eve comprendió en ese momento que era de eso de lo que necesitaba hablar. De aquellos puntos negros-. Quizá sea porque los dos tuvi?mos un comienzo difícil. Supimos, cuando éramos demasiado jóvenes para saberlo, que la gente puede ser muy cruel. Que el poder no solamente corrompe, sino que mutila. Él… yo nunca había hecho el amor antes. Me había acostado con gente, sí, pero nunca sentí nada más allá de una cierta liberación. Nunca pude tener intimi?dad -acabó diciendo-. ¿Ésa es la palabra?